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Mostrando las entradas de noviembre, 2016

Esencia perdida

- No siento nada. Estoy como adormecido – dijo mirando al techo y suspiro. – O en realidad sí. Tengo una presión en el pecho que no me deja respirar tranquilo. Es como angustia, pero no es angustia. Ella lo miró e intentó acariciarle el pecho. - No. No es literal. No me duele como siempre, es más una sensación que una realidad. - ¿Hace cuánto que no sos como querés? - Hace mucho la verdad. Y trató de recordar hace cuánto no se sentía libre. Ciertamente había lugares o momentos. Cuando estaba solo, era él consigo mismo. O cuando iba a la cancha o algún acontecimiento particular podía ser él rodeado de otros. Pero si no, le costaba liberar su esencia. No encontraba la manera de no sentirse atado al resto, a las construcciones culturales y sociales, o a las construcciones grupales. Pocos amigos tenía con quienes podía ser. Entre bromas y chicanas, entre recuerdos y cervezas. Y a ellos casi ya no los veía. Las realidades de la vida, los dolores del crecimiento los habían

Caminata

Sentía el peso de los años caerle encima. Y tenía menos de 30. No sabía si era porque vivía rodeado de gente mucho mayor que él, por el cansancio o por la tristeza. Lo cierto es que, en su alma, él sentía tener años acumulados. Mientras pateaba el aire pensaba y hablaba en voz baja, sin importarle lo que pensara quien pasara por su lado. Traía frustraciones arrastradas. No sabía qué rumbo tomar en ningún ámbito de su vida y eso lo consumía por dentro. Y el no hablarlo le hacía aún peor. No tenía un oído, no tenía un apoyo, una base, un consejo. No porque no tuviera amigos ni le faltaba gente en la que confiar. Nunca había sido alguien que hablara de sus problemas con otros. Creyó que era mejor blindarse y crear una coraza para que los problemas no salieran a flote. Y durante muchos años creyó que funcionaba. Creó un espejismo. Y cuando ese espejismo se caía porque su coraza rebalsaba, juntaba los pedazos, armaba otra coraza y creaba otro espejismo. Aunque cada vez un poco menos ní

Incomodidades

- ¿Cómo te llamás? Ruidos. - ¿Cuántos años tenés? Ruidos. - No te había visto nunca acá y eso que vengo casi siempre. ¿De dónde sos? Ruidos. Ruidos. Más ruidos. Era todo lo que escuchaba. Ruidos. La miraba, pero no le prestaba atención. Su cabeza estaba en otro lado. Verla lo había hecho recordar. Recordó la primera vez que había pisado ese lugar años atrás y cómo habían cambiado las cosas. Cómo había cambiado él. Sus miedos, sus tristezas, su timidez, su quietud. Recordó cómo sus amigos lo habían envalentonado diluyendo esos “problemas” en alcohol. Cómo él había creído que eran problemas. Cómo él había creído que se diluían trago tras trago, vaso tras vaso. Ella le respondía y él ya no escuchaba ni lo que él mismo decía. Estaba ensimismado, retraído en sus recuerdos. Su cabeza maquinaba y le traía miles de imágenes, de momentos y descubrió cómo, con el paso del tiempo, había empezado a tener reacciones distintas ante las mismas situaciones. Cómo se había camuflado e