Esencia perdida
- No siento nada. Estoy como adormecido – dijo mirando al techo y
suspiro. – O en realidad sí. Tengo una
presión en el pecho que no me deja respirar tranquilo. Es como angustia, pero
no es angustia.
Ella lo miró e intentó
acariciarle el pecho.
- No. No es literal. No me duele como siempre, es más una sensación que
una realidad.
- ¿Hace cuánto que no sos como querés?
- Hace mucho la verdad.
Y trató de recordar hace cuánto no se sentía libre.
Ciertamente había lugares o momentos. Cuando estaba solo, era él consigo mismo.
O cuando iba a la cancha o algún acontecimiento particular podía ser él rodeado
de otros. Pero si no, le costaba liberar su esencia. No encontraba la manera de
no sentirse atado al resto, a las construcciones culturales y sociales, o a las
construcciones grupales.
Pocos amigos tenía con quienes podía ser. Entre bromas y
chicanas, entre recuerdos y cervezas. Y a ellos casi ya no los veía. Las
realidades de la vida, los dolores del crecimiento los habían ido alejando.
Todos con sus trabajos, todos con su vida, sus estudios, sus proyectos de vida.
Algunos ya tenían hijos. Sabía que entre ellos se veían más seguido o, al
menos, se cruzaban en la calle. Él se había mudado, se había ido del barrio y
eso le complicaba aún más cruzarse con alguno de ellos.
La miró tratando de encontrar la respuesta de lo que iba a
preguntar.
- ¿Vos hace cuánto
creés que no soy yo mismo?
Ella lo miró extrañado, pero no alcanzó a responder. Una
alarma sonó a lo lejos. Era el fin del letargo. Al menos físico, porque su
cabeza y su corazón no habían descansado. Ni lo harían por el resto del día.
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