Vaguito

Nota: Este cuento está basado en la canción Vaguito de los Cantitcuénticos. Este es uno de mis cuentos favoritos.

Me iba quedando quieto sobre la arena. Mi nariz estaba seca, podía sentir cómo la sed que me había invadido desde temprano me iba consumiendo. Estaba flaco, cansado. Llevaba días sin que nadie me diera algo de comida. O amor. Y el agua del río ya no me saciaba.

Ya no aguantaba tanto dolor, pero un ángel verdadero y de ojos brillantes apareció. Esas manos acariciándome me devolvieron energía y pude mover mi cola, despacio y con tranquilidad, después de todo ese tiempo. Fue mi forma de agradecer cuando entreabrí mis ojos.


Me costó entrar en confianza. Cuando uno se pierde y ve lugares nuevos y caras desconocidas no importa cuánto amor reciba en un principio, siempre va a estar el miedo. Me llevó a una casa acogedora y le costó lograr que yo entrara y me hiciera parte. Aún así, de a poco me fue curando lo que dolía. Entre canciones y musica, con mucha paciencia y amor. Pasaron días, semanas. Me sentí en un hogar nuevamente. Los ceibos le daban color a mis días, en la mañana cuando salía el sol. La comida era deliciosa con tanto cariño. El río me embriagaba con su olor cuando bajaba el sol...


Y fue el río el que hizo que nunca me olvide de esa casa que dejé lejos cuando me perdí en la corriente. Así que un día, después de tantos compartidos en esta orilla, decidí volver. Me embarqué de nuevo a pelearle a esa correntada y justo cuando pensaba que iba a aflojar, pensé en esos gurisitos que me esperaban y sentí más fuerzas para nadar.

 

Volví a ese mundo de río y botes. Donde los humanos se levantan apenas sale el sol para tirar redes. Donde los peces son para comer, no sólo para jugar, y de vez en cuando yo me gano un premio.


Pasaron nuevamente los días, las semanas, los meses. Mis mañanas se trataban de acompañar a los pescadores, a veces desde la orilla, a veces arriba del bote. Los gurises alegraban mis tardes, cuando el sol ya no pega tan fuerte y pueden salir a jugar conmigo a las escondidas. Mi juego preferido era perseguir esa pelota.


Fue el tiempo de la creciente agrandando el agua, cuando el río se desborda y las dos orillas se alejan más. Las lluvias hacen que haya menos sol durante el día, menos pesca durante la mañana, menos juegos durante la tarde, pero más olor a peces en mi nariz, más olor a río embriagándome cuando baja el sol...


Y fue el río el que hizo que nunca me olvide de ese ángel maravilloso que me rescató y me sanó cuando más lo necesitaba. Todas las mañanas cuando me tocaba acompañar a los humanos miraba al otro lado y pensaba en ella. Hasta que un día pude volver a ver la otra orilla y me animé. Salté desde el bote y empecé a nadar hacia el otro lado. Y justo cuando pensaba que iba a aflojar, pensé en unas manos buenas que lo curaban y sentí más fuerzas para nadar.


Llegué todavía con el sol en alto. Y aunque mis huellas del pasado se hubieran borrado, no se había borrado el camino en mi memoria. ¿Cómo olvidar una casa donde fui tan feliz?


Mi ángel no estaba y yo me dediqué a esperarla, pero el cansancio del nado me ganó y me terminé durmiendo en la puerta de la casa. Se estaba poniendo oscuro el jardín cuando por fin escuché que llegaba y me llamaba. Esa alegría en su voz al llamarme fue la misma alegría en mi cola al verla. Salí corriendo a su encuentro y de un salto nos abrazamos y llené su cara de besos.


Y en medio de tanta fiesta por el reencuentro miré hacia el río y ahí entendí que iba a seguir cruzándolo para siempre porque estaba repartido entre dos orillas mi corazón.

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