Finales
Se sentía abrumado. La cabeza le daba vueltas. Su cerebro no lograba encausar una sola idea, un hilo de pensamientos que tuviera un final. Por fin logró abrir los ojos para comprobar que todos los primeros recuerdos de la vigilia no eran parte de una pesadilla, sino que eran parte de su vida y que lo onírico había sido la vuelta a los días calmos.
Estaba tirado sobre la alfombra, en ropa interior, con el
pelo enmarañado, una barba rala que no afeitaba desde hacía semanas, pero que
no lograba pasar de mechones más o menos abultados. Hubiera sido un cuadro
perfecto si hubiese despertado tirado debajo de un puente o en una zona alejada
de un parque Lo irónico era que la noche anterior había sido la primera sin
alcohol en meses. Quizás por eso había podido volver a soñar en colores, con
alegría y olvidando los sinsabores de su realidad. Por al menos una noche había
vuelto a recordar los tiempos de plenitud. Pero su existencia era más grande
que una noche y la realidad lo abofeteó de nuevo cuando terminó de figurarse.
Su alrededor le recordó que ese día terminaba todo. Que, si
él no tomaba la decisión de darse el final, el final se lo darían otros y no estaba
dispuesto a dejar que eso sucediera. Jamás creyó en la justicia de los
mortales. Tampoco en la justicia divina. En toda su vida, la única justicia en
la que había creído había sido la de su bisturí y la única divinidad había sido
él sosteniéndolo. Así, dejarse juzgar nunca fue una opción válida.
Fue comprobando que estuviera todo listo, que ningún cabo
hubiese quedado suelto. Y en la medida que hacía memoria de haber llevado a
cabo los recaudos previstos, los recuerdos de esa noche fatídica comenzaron a
agolparse. Cuando todo había dejado de ser lo que era para precipitarse en un
tobogán de decadencia que decantaba en esa mañana. Quizás hubiera una relación
entre los finales y la aproximación de uno refrescara las vivencias del final
anterior.
Atormentado y desesperado por la prepotencia con la que se
acercaba su fin, decidió bajar al sótano en búsqueda del último bidón de nafta.
Las escaleras rechinaban a cada paso cadencioso del
cirujano. Se acordó de la frase de Borges "Cualquier destino, por largo y
complicado que sea, consta en realidad de un solo momento. El momento en que el
hombre sabe para siempre quién es". Y él lo supo desde joven, desde el día
en que guardó el primer órgano.
Prendió la luz blanca y fría del sótano que tantos placeres
le había dado tiempo atrás, cuando aún vivían su esposa e hijo. Observó con
algo de incomodidad las máscaras, la pala y los fósforos que se esparcían
desordenados sobre la mesa metálica. Ahora no tenía tiempo de pensar la
concatenación infinita de sucesos que lo habían llevado a terminar tomando esta
decisión. Otro fragmento de Borges los tranquilizó "¿Qué Dios detrás de
Dios la trama empieza de polvo y tiempo y sueño y agonía?". Si el autor no
pudo con semejante inquietud, él tampoco.
Se acercó a la pared más fría del sótano. Allí el sol nunca
llegaba. Corrió las cajas y las botellas de alcohol vacías. Una sensación de
peligro o calamitosidad le recorrió el cuerpo, un presagio o una trama secreta
se apoderó de él. Hizo un ejercicio de respiración para poder continuar.
Finalmente tomó valor, abrió el armario, cerró los ojos y pensó en su familia
nuevamente. Y el horror se apoderó de él: el bidón de nafta había desaparecido.
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