La simplicidad entre montañas

 Lo simple contiene una contradicción fundamental.

A simple vista, pensamos que no contiene mucho. Que no hay mucho que nos pueda brindar. Al fin y al cabo, lo simple se reduce a su simplicidad. A sus pequeñeces, que en lo complejo se reproducen a escala. Pero, a la vez, nos brinda una paz que no nos brinda nada más. Y nos puede regalar detalles que son impensados o invisibles en lo complejo.

No es necesario contar grandes acontecimientos. Pueden ser pequeños sucesos. Los pequeños recuerdos, las pequeñas emociones, nos brindan sensaciones de tanta nostalgia que cuesta trabajo encontrar en medio del ruido, el cemento, el plástico y la rutina.

Como las montañas que están al oeste, que son imponentes y guardan tras de sí al coloso. Que también están al este. Al norte y al sur. Que están por todos lados. Que le dan la bienvenida al sol y que lo esconden.

 

No digo que no pueda haber rutina en los lugares simples. Quizás en los lugares simples es donde nació la rutina. Quizás en los lugares simples es donde la rutina se siente más cómoda. Quizás en los lugares simples sea donde la rutina no se vuelve aplastante.

Pero no es mi caso. Porque, si bien mi lugar en el mundo está en lo simple, yo no vivo entre la simplicidad. Yo vivo en el cemento, sin montañas que me rodeen. Las montañas están al oeste, nada más. Y eso hace que, para mí, la simplicidad signifique escape. Que la simplicidad signifique vacaciones o desconexión.

Con las montañas que me acompañan gran parte del camino, aunque no haya llegado. Que resguardan la entrada desde cualquier lado del que quiera llegar. Que me reciben cuando voy llegando. Que me asombran y me maravillan cada vez que levanto la mirada. Que me despiden cuando voy saliendo. Que resguardan la salida por cualquier lado por el que quiera salir. Que me acompañan gran parte del camino, aunque ya me haya ido. Las montañas que son entrada y salida. Y que ahora también coronan el cementerio unos kilómetros antes de llegar, y lo hacen único.

 

La simplicidad de una terminal donde no caben más de cinco micros, pero que es la que me recibe cada vez que llego. La simplicidad de una plaza que veo al salir de la terminal. Una plaza simple, una plazoleta dirían algunos.

La simplicidad de salir al cruce más importante, por donde el tráfico no es simple. Por donde pasan camiones, camionetas, autos, motos, bicicletas. Turistas, comerciantes, personas del lugar. El único lugar, quizás, que no sea simple entre tanta simplicidad. Quizás lo que se considera el centro. Lo que llaman “la villa”. Donde empieza la calle principal para un lado, donde continúa la ruta para el otro.

La simplicidad de las montañas que, para donde mire, están precedidas por hermosas hileras de árboles. Las que están cerca y son fáciles de escalar. Que no están siempre nevadas, con sus colores diversos y maravillosos. Las que no están tan cerca y no son tan fáciles de escalar. Que siempre están nevadas y guardan las nieves eternas, blancas y radiantes todo el año.

 

La simplicidad de recorrer el resto de sus calles, que apenas tienen tránsito, que apenas dejan ver una mínima fracción de los autos que pasan por la vía principal. La simplicidad de poder caminar por la calle en lugar de caminar por la vereda. Porque la simplicidad tiene eso: poder saltarse usos y costumbres que, en lo complejo, es imposible no cumplir.

La simplicidad de llegar a una plaza que tiene juegos y bustos. Que tiene un hospital enfrente. La simplicidad de ese hospital que, siendo simple, basta para la simplicidad que lo rodea. La simplicidad de los barrios y las casas que rodean la plaza y el hospital.

La simplicidad de la calle principal que va para el este. La simplicidad de esa calle que, antes de adentrarse en las montañas, llega a una casa.

Todo eso rodeado por las montañas que de chico me parecían irreales y me invitaban a encontrar dibujos entre sus formas y colores. Que resguardaban mis vacaciones, a veces por hasta un mes, y me acompañaban una, dos, tres veces al año. Esas montañas que rodean las casas de mis abuelos, las casas de mis tíos, y que podía ver siempre desde los patios. Que se volvieron parte del paisaje y no siempre disfruté o admiré.

 

La simplicidad de esa casa que es parte de un terreno mucho más grande de lo que ocupa la casa. La simplicidad de esa casa que atrás tenía una huerta y unos gallineros. La simplicidad de esa casa rodeada por árboles. La simplicidad de esos árboles rodeados por montañas y regados por un arroyo.

Montañas que alguna vez subí. Que, desde abajo, me enseñaron lo pequeño que puede ser uno y, desde arriba, me enseñaron lo pequeño que puede ser todo lo que las rodea. Que ahora sí miro de grande y que quiero disfrutar. Que me siguen impresionando y erizando la piel.

 

La simplicidad de esa casa que era de adobe. La simplicidad de esa casa que también tiene una construcción por delante, de material y concreto. La simplicidad de esa casa que me recibió tantos veranos e inviernos. Que cobijó tantas fiestas de Navidad y Año Nuevo. Que cuidó tantas vacaciones en enero y julio. Esa casa que me recibía por un mes o más. Esa casa que me dio grandes momentos adentro y afuera. Jugando al bingo o pateando una pelota solo. Mirando la tele o mirando el arroyo. Escuchando la radio o escuchando el viento.

Y ahora que ya no tengo esos momentos en esos lugares de esa casa, me quedan las montañas. Las montañas que me invitan a recorrerlas y adentrarme eternamente porque siempre lo que me espera adelante será distinto. Que también me piden que me siente y las contemple, y me enseñan la quietud y el silencio de la paz. Las montañas que me invitan a entrenar en ellas porque me aseguran que nunca otro entrenamiento será igual. Que me invitan a que las escale y que algún día escalaré.

 

¿Hay algo más simple que patear una pelota solo, mirar el agua de un arroyo o escuchar al viento mientras mece las copas de los árboles? ¿Algo más simple que las montañas que me llaman a volver y no las abandone? ¿Hay algo más detallado que los recuerdos de la simplicidad? ¿Algo más profundo que los recuerdos creados —y por crear— en las montañas que rodean mi lugar en el mundo?

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