Tu ausencia
A la tarea de hoy le tendría que haber escapado. Tendría que haber escrito ficción. Porque yo sabía que iba a terminar con lágrimas, mojando la hoja imaginaria en la que escribo. Porque desde el momento en que la leí, sentí un dolor en el pecho. Porque tengo que pensar en la vida de una persona sin cuya presencia no puedo imaginarme mi lugar. Y la verdad es que nunca me lo quise imaginar sin tu presencia. Y como nunca lo imaginé sin tu presencia, fue un golpe cuando me tocó hacerme cargo de tu ausencia.
De todas formas, la tarea me resulta un poco inabarcable y,
a la vez, un poco imposible. Fue tanto el amor que nos tuvimos, y es tan poco
lo que conozco de la historia de tu vida. O quizás sea menos de lo que me
gustaría saber. Porque si yo pudiera contar todo lo que quiero contar, esto no
tendría fin. Tu niñez, tu juventud, tu adultez. Sin embargo, me alcanzará con
contar sobre la vida que me tocó compartir con vos. Esos 19 años que todavía
siguen representando la mitad de mi vida.
Recordar mi primera infancia (mentira, no la recuerdo más
allá de los relatos de otras personas). Esa niñez en la que yo no quería usar
otro chupete que no fuera el que me habías regalado vos. Esa infancia donde, cada
vez que terminabas de trabajar pasabas a verme mientras vivíamos juntos,
rodeados de montañas y simplicidad. Ese enano que un día se escapó de su casa
para ir a la tuya, cuando apenas tenía 3 años. El irme con mi mochilita en la
espalda a tu casa, para ir a tirar piedras y cascotes al arroyo que bordea los
árboles.
Recordar los años siguientes, de los cuales algunos
recuerdos tengo. Cuando viajábamos al menos 3 veces al año. Cuando me levantaba
a la hora que quería y sentía ese olor a piso de tierra mojado (olor que
todavía me transporta a tu recuerdo). Cuando pasaba por la cocina y desayunaba mirándote
mientras cocinabas y escuchabas la radio. Cuando almorzábamos esos fideos con
manteca que marcaron mi gusto por las pastas. Cuando empezaba a aprender a
jugar a las cartas con vos. Cuando pasábamos horas, después de la siesta,
jugando en la mesa del comedor.
Recordar cuando empezó a acercarse la adolescencia. Cuando
empezaba a irme un mes entero a tu casa durante mis vacaciones de verano.
Cuando ustedes ya estaban un poco más grandes, y ya me pedías que hiciera más
cosas. Alguien me dijo alguna vez que los recuerdos grabados a fuego con los
abuelos se miden por el tiempo que pasamos con ellos sin nuestros padres. Y la
verdad es que pasé mucho tiempo solo con ustedes en su casa como para no tener
tan marcado a fuego el recuerdo del amor que me tenías y que todavía te tengo.
Recordar esos años en los que ustedes empezaron a viajar
para acá. A pasar inviernos, a pasar algunos meses en esta casa. Cuando los
roles se invirtieron y los que venían eran ustedes. Cuando jugábamos a las
cartas acá. Cuando se sentaban a la orilla de la estufa en los sillones.
Recordar los últimos años, los últimos meses. Cuando los
viajes fueron más dolorosos. Cuando sacamos la última foto que recuerdo de
ustedes. Que es la última foto de cada uno y, a la vez, la última foto juntos. Recordar
que no recuerdo cuál fue el último beso que te di ni las últimas palabras que
nos dijimos.
Recordarte cocinando. Recordarte en la parte de atrás, por
la huerta, por los gallineros, por las conejeras, que poco a poco fueron
desapareciendo. Recordarte con tus pasitos cortitos y arrastrados. Recordarte
enojada en casa. Recordarte riendo en casa. Recordarte abrazándome.
Recordar, que no es una tarea tan fácil con el paso de los
años y con lágrimas en los ojos.
Al final, terminé haciendo un poquito de trampa, hablando de
mi vida alrededor tuyo. Porque, a fin de cuentas, las personas que nos rodean
terminan siendo para nuestra historia lo que marcan en nuestros días y nuestros
recuerdos, lo que nos dejan grabado a fuego en nuestra memoria. Y si vos
representaste todo lo que representaste, es porque la vida que tengo para
contar sobre vos es la parte de tu vida que rodeó la mía.
Comentarios
Publicar un comentario