Buena vista
Mientras se miraba al espejo pensaba cuán cierta sería la idea de que la primera impresión es la que más vale. Y que nuestra imagen dice, a veces, más de uno que lo uno mismo quiere. Se terminó de anudar la corbata mientras analizaba su reflejo.
Esa corbata gris brillante era su favorita. No sabía por qué le daba una sensación de elegancia y sobriedad, pero sólo la elegía para ocasiones especiales. Y necesitaba impresionar a estos clientes.
Entonces decidió que no escatimaría en detalles. Decidió cambiar el traje negro común por el traje azul, ese que parecía de terciopelo. Lo mantenía lo suficientemente cuidado como para que no perdiera su toque visual. El pantalón era suave y ameno a la vista, pero el saco era lo que más le fascinaba. Tenía un tacto que le resultaba delicioso, pero, como no todo el mundo podía tocarlo, a la vista contrastaba con cualquier camisa y corbata. De hecho, la corbata gris brillante y la camisa azul oscura hacían juega de una forma que no se lo hubiera imaginado.
Salió un rato del espejo y se dedicó a terminar de prepararse. Tenía que terminar de peinarse y revisar si estaba bien afeitado. Pero cuando llegó al baño y comenzó a ponerse en tarea del aseo, se encontró, quizás de manera fortuita (o quizás no), con su broche para corbatas dorado. Lo tenía guardado en una cajita que hacía tiempo no veía. De hecho, si no lo hubiera visto en ese momento, no hubiera recordado que lo tenía. Pero ahí estaba entre sus manos y como no creía en las casualidades, lo sacó de su estuche y lo abrochó a su corbata.
Se veía cada vez más elegante y pensó en lo distinto que se veía de aquel joven que llegó a la empresa buscando trabajo de lo que fuera. Tenía una sola camisa y una sola corbata, y como no tenía traje había ido con un pulover y un jean negros. Si algo nunca le había faltado era voluntad y predisposición, pero eso no se veía en su ropa ¿o sí?
Tomó su celular para ver la hora y buscó uno de sus relojes relucientes. Nunca se acostumbró a ver la hora en su muñeca, pero sabía que daba una buena vista, quizás hasta una sensación de opulencia.
Faltaban los zapatos. Siempre fue partidario de los mocasines, pero en su ascenso laboral le enseñaron, y entendió, que no eran adecuados para una persona con su posición. Así los mocasines de convirtieron en un gusto ocasional, más para situaciones personales que para laborales. Y así, tomó sus zapatos más caros, los lustró, les pasó un trapo y les puso resaltador de negro para brillaran.
Volvió al espejo y pensó nuevamente en la imagen. ¿Ese era él? Había momentos en qué ni se reconocía, no veía al joven que había sido. Sabía que seguía viviendo dentro de él, pero aun así no estaba frente a sí mismo en el espejo y eso lo perturbaba. Era difícil ver el reflejo de alguien que no se es. Pero esa era su vida, de eso trabajaba y no tenía más opciones que seguir manteniendo su estilo. A veces pensaba en dejar todo e irse. En lugar de eso, terminó de acomodar la corbata y se fue en busca de sus clientes.
Esa corbata gris brillante era su favorita. No sabía por qué le daba una sensación de elegancia y sobriedad, pero sólo la elegía para ocasiones especiales. Y necesitaba impresionar a estos clientes.
Entonces decidió que no escatimaría en detalles. Decidió cambiar el traje negro común por el traje azul, ese que parecía de terciopelo. Lo mantenía lo suficientemente cuidado como para que no perdiera su toque visual. El pantalón era suave y ameno a la vista, pero el saco era lo que más le fascinaba. Tenía un tacto que le resultaba delicioso, pero, como no todo el mundo podía tocarlo, a la vista contrastaba con cualquier camisa y corbata. De hecho, la corbata gris brillante y la camisa azul oscura hacían juega de una forma que no se lo hubiera imaginado.
Salió un rato del espejo y se dedicó a terminar de prepararse. Tenía que terminar de peinarse y revisar si estaba bien afeitado. Pero cuando llegó al baño y comenzó a ponerse en tarea del aseo, se encontró, quizás de manera fortuita (o quizás no), con su broche para corbatas dorado. Lo tenía guardado en una cajita que hacía tiempo no veía. De hecho, si no lo hubiera visto en ese momento, no hubiera recordado que lo tenía. Pero ahí estaba entre sus manos y como no creía en las casualidades, lo sacó de su estuche y lo abrochó a su corbata.
Se veía cada vez más elegante y pensó en lo distinto que se veía de aquel joven que llegó a la empresa buscando trabajo de lo que fuera. Tenía una sola camisa y una sola corbata, y como no tenía traje había ido con un pulover y un jean negros. Si algo nunca le había faltado era voluntad y predisposición, pero eso no se veía en su ropa ¿o sí?
Tomó su celular para ver la hora y buscó uno de sus relojes relucientes. Nunca se acostumbró a ver la hora en su muñeca, pero sabía que daba una buena vista, quizás hasta una sensación de opulencia.
Faltaban los zapatos. Siempre fue partidario de los mocasines, pero en su ascenso laboral le enseñaron, y entendió, que no eran adecuados para una persona con su posición. Así los mocasines de convirtieron en un gusto ocasional, más para situaciones personales que para laborales. Y así, tomó sus zapatos más caros, los lustró, les pasó un trapo y les puso resaltador de negro para brillaran.
Volvió al espejo y pensó nuevamente en la imagen. ¿Ese era él? Había momentos en qué ni se reconocía, no veía al joven que había sido. Sabía que seguía viviendo dentro de él, pero aun así no estaba frente a sí mismo en el espejo y eso lo perturbaba. Era difícil ver el reflejo de alguien que no se es. Pero esa era su vida, de eso trabajaba y no tenía más opciones que seguir manteniendo su estilo. A veces pensaba en dejar todo e irse. En lugar de eso, terminó de acomodar la corbata y se fue en busca de sus clientes.
Comentarios
Publicar un comentario