Los golpes en la pared
¿Qué se hace cuando, a las tres de la mañana, te despertás con un ruido de golpes en tu pared?
Cuando sentís que alguien está golpeando algo duro contra la
pared de tu habitación el miedo no es lo primero que te embarga. Como esa noche
que la perra abrió la puerta. El problema es que la perra entró y pensé que era
la perra, pero después no la vi, y se movió la cortina. Entonces empecé a hacerme
la cabeza con algo que empezó sin llamarme la atención, pero después dejó de
parecerme normal. Así, lo primero que pensé fue que el respaldar de la cama de
la otra pieza estaba golpeando contra la pared. Hubiera sido la primera vez que
pasaba, pero como las casas eran espejadas, las dos habitaciones eran contiguas
y, si bien nunca había entrado a esa pieza, tenía sentido. Pero descubrí que no
era madera, o que la cama haría un ruido más fuerte. Además, los golpes eran
muy secos. Eso fue lo que me paró a escuchar, que me di cuenta que los golpes
eran secos. Tampoco era un martillo, me daría cuenta si alguien estuviera martillando
del otro lado.
El punto es que los golpes venían cada vez más seguidos. Ya
había contado seis desde que me desperté. Siete, ocho, nueve. En el décimo sentí
que algo se rompió. Algo duro. No era una piedra. No era madera. En ese momento
el miedo ya me había invadido y en mi cabeza se figuró un cráneo partiéndose.
Pero, ¿mi vecino? Nunca vi nada raro en él. Era un tipo de
¿35 años? que nunca demostró ser una persona capaz de lastimar a nadie. Aunque
nunca se sabe quién vive detrás de cada puerta, hay cada loco femicida viviendo
vidas “normales” sin que nadie se dé cuenta de quiénes son en realidad. Igual,
no se habían escuchado gritos de alguien sufriendo ese maltrato. Pero, ¿y si
fuese alguien a quien había sedado? No podía estar seguro de nada. Pero tampoco
podía llamar a la policía. ¿Qué iba a decirles? ¿”Creo que mi vecino acaba de
romperle el cráneo a alguien contra una pared aunque no escuché gritos ni vi
entrar a nadie”? ¿Seguro que no vi entrar a nadie? ¿Lo vi llegar? Bah, ¿cuándo
fue la última vez que lo vi? Me lo crucé en la mañana, yo estaba cerrando la
puerta y él iba saliendo en el auto. Y cuando llegué, él estaba estacionando y
venía solo en el auto. ¿O eso había sido antes? ¿Ya estaba el auto cuando
llegué? Y aunque hubiera estado llegando solo, ¿qué me garantizaba que no
hubiera nadie adentro?
Le golpeé la pared sin saber qué esperar. ¿Me respondería?
¿Se desentendería? ¿Vendría a buscarme? Pensé en esa opción y me aterré, ¿por
qué no lo pensé antes de golpearle? Igual, ya lo había hecho y ahora me estaba
tapando con la sábana como si mii vecino fuera un peligro desde el otro lado de
la pared (aunque en realidad, todo era un peligro para mí que no podía
defenderme de nada). Sentí su respuesta, tres golpes en la pared, pero esta vez
fueron con el puño. Podía reconocerlo porque era el mismo ruido que había hecho
mi mano hacía algunos segundos, pero no contesté.
Apagué la luz e intenté hacer de cuenta que no pasaba nada,
pero en cuanto encendí la pantalla de mi celular para intentar distraerme sonó
el timbre de mi casa. Un escalofrío me recorrió la espalda y me paralicé. ¿Me
había venido a buscar? ¿Para qué me había venido a buscar? Sonó otra vez el
timbre y entendí que no podía evitarlo. Sentía que mis ojos destilaban miedo,
pero aun así fui hasta la puerta. Me asomé a la mirilla y vi una persona que no
conocía. O eso me pareció. Mi vecino estaba vestido con musculosa, short y un
guante de boxeo. No sabía si eso era bueno o malo, pero abrí.
Y sucedió una de esas opciones que jamás se habrían cruzado
por mi cabeza. Me pidió perdón. Me contó que había instalado sus nuevos
aparatos de gimnasio en la habitación contigua a la mía porque era la más
grande de las dos del departamento. Y me dijo que en el entusiasmo de terminar
de armar todo se había puesto a practicar con el maniquí de torso que había
colocado contra la pared que daba a mi departamento, con tanta concentración
que no se dio cuenta de que el maniquí estaba rebotando contra la pared hasta
que se partió. Me invitó a pasar para demostrarme que lo que decía era cierto
y, efectivamente, en el lugar donde iría mi cama había un maniquí de torso con
la parte trasera de la cabeza abierta.
Me prometió que no volvería a pasar, que iba a entrenar en
horarios prudentes y me ofreció pasar a hacer un poco de ejercicio cuando
quisiera por las molestias ocasionadas. Pero aun así, esa noche no pude dormir…
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