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Mostrando las entradas de agosto, 2021

Sábanas

Una cuna desvencijada y una enorme cama de roble. Esos fueron su primer y su último lecho. Apenas si había un trapo sucio y viejo debajo de él el día de su nacimiento, pero ahí donde ahora estaba acostado las sábanas de seda eran infaltables. No hacía falta mucho más en ninguna de las dos ocasiones, porque ambos días ocurrieron en verano. En su cabeza se sucedían momentos y recuerdos, pero llegó a la conclusión de que, en este momento cúlmine, el único otro acontecimiento que se igualaba en importancia era el de su nacimiento. No era que recordara su nacimiento, pero se lo habían relatado tantas veces que pensaba que podía recordarlo. Sus contextos resultaban tan distintos que permanentemente le recordaban de dónde había salido, cómo había nacido, cómo se había criado y cómo un golpe de suerte lo había cambiado todo para siempre. Entonces pensó en esa casa de barro con una habitación que no se terminaba de diferenciar de la cocina. Esa casa que entraba varias veces en esta nueva casa d

Margarita

Desolación. Eso es todo lo que ve al frente. El piso agrietado, un sol abrasador en un cielo sin nubes. Un horizonte sin otro paisaje que la imagen que tenía frente a sus ojos. En realidad, a cualquier lado donde se girara veía la misma desesperanza. Cuando salió en esa expedición en busca de los aventureros perdidos junto con su grupo de rescate no creía la leyenda de que el desierto estaba maldito. Al fin y al cabo había entrado incontables veces y nunca le había pasado nada. Pero nunca se había adentrado tanto. Su parte racional le decía que era lógico que tan adentro del desierto el paisaje estuviera tan destruido y la crueldad del ambiente le hubiera ganado. Pero después de tantos días con el sol golpeando en su cabeza sin piedad ni protección, terminaba creyendo que la maldición había caído sobre él y sobre todos sus compañeros muertos. No sabía ya qué más hacer. Sabía que no le quedaba mucho más tiempo. Se le había acabado el agua y las provisiones y había ido dejando bolsos en

Pesadillas

Dicen que verbalizar en parte es exorcizar lo que tenemos dentro, pero lo que tengo dentro es tan horroroso que no puedo ni mencionarlo sin entrar en una crisis. A veces siento que la guerra no me hizo tan mal, pero cuando duermo, los fantasmas vuelven a mi cabeza. Aunque, ojalá fueran fantasmas, porque en realidad son recuerdos. Los recuerdos más horrorosos que puede tener alguien cuando intenta dormir. En el momento en el que cierro los ojos, lo primero que escucho son disparos, y acto seguido, gritos. El mayor problema reside en el hecho de que, en mayor o menor medida, los gritos de un soldado herido deberían ser "normales". Pero los gritos de civiles, no. Y menos si es esos civiles son niños. No hay nada más desgarrador que un grupo de civiles aterrorizados ante una oleada de disparos, incluso si ninguno resulta herido. El miedo ante una ráfaga de balas o el ruido de bombardeos sobrevolando la ciudad de esparce con el fuego en un reguero de pólvora. El asunto es que en a

Cansancio

La alarma sonó 6:40 como todas las mañanas. La pospuso 10 minutos. Sonó de nuevo. La cortó, prendió la luz, se vistió y se acostó de nuevo. Miró el celular y se dio cuenta de que había apagado la alarma en lugar de posponerla y que no sonaría a las 7. Aún así se durmió con el autoengaño de que se despertaba en 5 minutos. Pero en realidad fueron 25 y cuando se despertó ya eran casi 7:20. Se levantó medio desesperado, aunque a los 5 minutos ya se le había pasado el apuro y le había vuelto el sueño. El sueño y el aburrimiento. Entró al baño a lavarse la cara y los dientes y su cara de dormido era digna de un cuadro de esos raros de hace varios siglos. Terminó de abrigarse, se puso los auriculares y salió a la calle. La radio no estaba transmitiendo. Quizás lo único que lo sacaba del aburrimiento del viaje. Puso una lista lofi para que al menos el viaje fuera ameno y acompañara el rato durmiendo de camino al trabajo. Vio pasar un micro cuando estaba a menos de una cuadra de la parada, pero

10 años

Ya pasaron 10 años, pero decir que se fue hace poco o mucho sería injusto. En términos de lo que me queda de vida, supongo que esos 10 años son una fracción menor del tiempo que me queda por delante sin ella. Pero, como nuestra percepción del tiempo siempre es relativa, también es cierto que esos 10 años, por ahora, representan poco más de la mitad del tiempo que sí pasé con ella. Porque con ella pasé 18 años 11 meses y 27 días. O, dicho de una forma más gráfica, 18 años y 364 días. Cuando pienso en una foto suya, pienso en la última que le saqué yo, agarrada de la mano de él, recién salidos del hospital, intuyo que con poca certeza de la realidad en la que estaban inmersos. Sobre todo ella, que, con su enfermedad, había días en los que ni siquiera sabía cuál era la realidad. Pero ahí estaban, sonriendo, agarrándose de la mano. Sin pensar en qué pasaría. Porque, a esa edad, ¿quién se preocupa por lo que pueda estar más lejos de mañana? La segunda foto es esa en la que está subida a un

Contrastes

Se miraban y podían ver en la otra persona todo lo que no veían en sí mismos, los contrastes permanentes con los que convivían mientras se sonreían mutuamente. Ella permanentemente le preguntaba qué tenía para contarle y él buscaba algo para responderle y contarle aunque no tuviera nada nuevo que contarle. Él veía la capacidad de ella de retraerse para evitar ser lastimada. Ella contemplaba lo pasional que podía ser él.  Pero al mismo tiempo él intentaba racionalizarlo todo. Y ella le decía que no lo racionalizara, que a veces estaba bien dejar fluir lo que sentía. Y él le contaba que si no racionalizaba, escondía abajo de la alfombra. Y ella lo escuchaba porque no había pasado por los procesos que había pasado él. Porque sus pasados también contrastaban. Dónde se encontraba cada uno a cierta edad. Ella sin haber pasado por una relación formal en el sentido más estricto del concepto y él saliendo de la mayor formalidad que podía haber. Ella no estaba acostumbrada a caminar de la mano y

Atrapado

Siempre me llegó eso de que el límite entre el mundo material y el mundo inmaterial se difumina en la medida que se acerca la noche de todos los muertos. Películas y libros sobran. Nunca lo creí porque, básicamente, nunca creí en el mundo de lo inmaterial. El asunto es que cuando llegué a esta casa comencé a creer porque, ¿qué mejor forma de creer que siendo testigo de las cosas? No presté atención cuando me advirtieron sobre la casa porque lo único que me interesaba en aquel momento era el precio. Una casa de este tamaño, en esta ubicación, tan bien mantenida estaba muy barata. Y cuando pregunté cuál era el truco, dónde estaban las fallas, me dijeron que no había fallas, que no hacía falta invertir dinero en la casa porque la casa estaba en condiciones. El problema era otro. Tenía varios nombres: la casa embrujada, la casa maldita, la casa asesina. Después de mi experiencia acá, yo diría que es, más bien, una casa torturadora. Los otros nombres no son lo suficientemente gráficos para