Sábanas
Una cuna desvencijada y una enorme cama de roble. Esos fueron su primer y su último lecho.
Apenas si había un trapo sucio y viejo debajo de él el día de su nacimiento, pero ahí donde ahora estaba acostado las sábanas de seda eran infaltables. No hacía falta mucho más en ninguna de las dos ocasiones, porque ambos días ocurrieron en verano.
En su cabeza se sucedían momentos y recuerdos, pero llegó a la conclusión de que, en este momento cúlmine, el único otro acontecimiento que se igualaba en importancia era el de su nacimiento. No era que recordara su nacimiento, pero se lo habían relatado tantas veces que pensaba que podía recordarlo. Sus contextos resultaban tan distintos que permanentemente le recordaban de dónde había salido, cómo había nacido, cómo se había criado y cómo un golpe de suerte lo había cambiado todo para siempre.
Entonces pensó en esa casa de barro con una habitación que no se terminaba de diferenciar de la cocina. Esa casa que entraba varias veces en esta nueva casa donde su destino terminaba, pero donde le era tan difícil encontrar el calor de la compañía.
Sus hermanas habían estado tan atentas a su llegada que cuidaron de su madre en día entero. No hubo casi necesidad de una enfermera, al contrario de este momento donde las enfermeras se sucedían por turnos muy bien pagados. Y no era que en su muerte se hubiese quedado sin afectos y sin cariño, pero sus hermanas ya no estaban para cuidarlo porque tenían que cuidarse ellas mismas y su descendencia ya estaba ocupada cuando su legado. Se preguntó si sabrían que estaba pasando sus últimas horas. La última vez que les habló no les había comentado nada para no preocuparlos porque la situación no estaba tan complicada. Pero todo se había sucedido tan rápido que ahora estaba muriendo e indefectiblemente no tenía más cuerda de la que tirar.
Se preguntó dónde estaría esa cuna vieja, cuánto tiempo más habría resistido ese trapo viejo que lo sostenía, cuánto calor habría hecho ese día. Todos detalles que nunca le habían interesado, pero que ahora quería saber. Y a cada momento sentía que sabía menos. Una cuna desvencijada que había sido de sus hermanas, un trapo viejo y sucio que no sabía de dónde había salido, el techo de chapa, las paredes de barro, mucho calor seguramente. Su madre y hermanas intentando refrescarlo para que no llorara. ¿Cómo habría sido el lugar donde lo bañaron?
Volvió a divagar. Una cuna desvencijada y una enorme cama de roble. Esos fueron su primer y su último lecho.
Apenas si había un trapo sucio y viejo debajo de él el día de su nacimiento, pero ahí donde ahora estaba acostado las sábanas de seda eran infaltables. No hacía falta mucho más en ninguna de las dos ocasiones, porque ambos días ocurrieron en verano.
Otra vez. Una cuna desvencijada y una enorme cama de roble. Esos fueron su primer y su último lecho.
Apenas si había un trapo sucio y viejo debajo de él el día de su nacimiento, pero ahí donde ahora estaba acostado las sábanas de seda eran infaltables. No hacía falta mucho más en ninguna de las dos ocasiones, porque ambos días ocurrieron en verano.
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