Cansancio

La alarma sonó 6:40 como todas las mañanas. La pospuso 10 minutos. Sonó de nuevo. La cortó, prendió la luz, se vistió y se acostó de nuevo. Miró el celular y se dio cuenta de que había apagado la alarma en lugar de posponerla y que no sonaría a las 7. Aún así se durmió con el autoengaño de que se despertaba en 5 minutos. Pero en realidad fueron 25 y cuando se despertó ya eran casi 7:20.

Se levantó medio desesperado, aunque a los 5 minutos ya se le había pasado el apuro y le había vuelto el sueño. El sueño y el aburrimiento. Entró al baño a lavarse la cara y los dientes y su cara de dormido era digna de un cuadro de esos raros de hace varios siglos.

Terminó de abrigarse, se puso los auriculares y salió a la calle. La radio no estaba transmitiendo. Quizás lo único que lo sacaba del aburrimiento del viaje. Puso una lista lofi para que al menos el viaje fuera ameno y acompañara el rato durmiendo de camino al trabajo.

Vio pasar un micro cuando estaba a menos de una cuadra de la parada, pero él a esa hora no corría. De casualidad pensaba, como para usar energía en perseguir un micro. Así que llegó y se paró a ver la calle vacía por la que aparecía un auto por minuto aproximadamente, pero no se veía ni la ilusión de un micro. Y en la medida que el micro no venía, se le iban cerrando los ojos.

Apareció cuando ya casi no podía mantenerlos abiertos y venía casi lleno. Tenía que viajar parado, al menos algunas paradas. No tenía problema para dormirse parado en el viaje, pero sabía, por experiencia, que se terminaba cayendo. Por fin se bajó gente y pudo sentarse. Mientras fuera sentado, podía dormir. Y mientras pudiera dormir, no se enteraba del resto de las cosas. Viajó así hasta el centro. Ya era tanta la costumbre que se despertaba solo dos o tres paradas antes de bajarse. Era tanta la costumbre que el viaje era un trámite y prefería hacerlo durmiendo.

Llegó al centro y avisó que iba a llegar un rato tarde porque se había quedado dormido. No tenía intenciones de mentir. No recibió respuesta y le pareció raro, pero aún así guardó el teléfono y espero el otro micro. Y se repitió la rutina, sentir los ojos cerrarse en la medida que esperaba el micro, verlo aparecer, ilusionarse, que viniera lleno, viajar parado, al menos, algunas paradas, sentarse y dormirse. En el segundo viaje era un poquito más normal pasarse, aunque lo cotidiano era despertarse en la esquina antes de la parada o incluso con el micro detenido en la parada.

Se bajó bien, no tuvo problema en despertarse a tiempo para bajar. Pero en la práctica, seguía durmiéndose. Caminó las cuadras que tenía desde la parada del micro a la oficina. Llegó, se cambió y se dispuso a preparar el café del desayuno. Estaba sirviendo el agua caliente en la taza cuando le respondieron el mensaje. Lo esperaban en la oficina de su jefe. Y era extremadamente importante ir en el momento. Se dirigió a la oficina de él y le pidió que cerrara la puerta cuando entró. Le comentó que, como ya todos sabían, la situación en la empresa estaba difícil. Para suavizarlo, le dijo que tenía 20 días hasta fin de mes para encontrar algo nuevo, pero la noticia era evidente.

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Una charla cualquiera

Los techos curvos