Borradores

Hola, tanto tiempo. Te preguntaría cómo estás, pero por lo que me llega de vos, parece que estás bien. ¿Estás bien? No llego a comprobarlo en tus ojos. Sabés que decidí alejarme de tus redes, así que la única forma que tengo de comunicarme con vos es por mail. Quizás te parezca raro porque nunca te llegó un correo mío, pero seguís estando en mis favoritos.

Yo estoy. Aprendí a sobrevivir y, supongo, o espero, en algún momento recordaré cómo vivir. No es lo mismo, aunque se parezcan. Alguna vez te conté esa sensación de moverme, pensar y respirar sin estar moviéndome, pensando o respirando. Es raro, lo sé, nunca lo entendiste. Pero tampoco entendías cuando te decía que estaba pensando en nada. ¿Te acordás? "No podés pensar en nada, algo tiene que haber en tu cabeza". Bueno, últimamente intento tener la mente en blanco la mayor cantidad de tiempo posible, porque mi pensamiento recurrente sos vos. Mis recuerdos recurrentes son con vos. Mi deseo recurrente sos vos. Mientras tanto, me sigo moviendo con el mundo. O, en realidad, el mundo me sigue moviendo con él. Básicamente, me muevo por inercia.

Y hablando de moverme, me estoy mudando. Sí, de nuevo. Sabés que no estoy más de dos años en un mismo lugar. Por lo general ni siquiera termino el contrato. A veces me cansa el dueño, a veces la inmobiliaria. A veces tener poca iluminación, a veces los ventanales. A veces no tener ventilación y otras veces me cansa el frío. Quizás sea la falta de constancia. Sí, esa que siempre criticaste. Porque, al fin y al cabo, lo único constante en mi vida fuiste vos. Y quedarme en algún lugar mucho tiempo sería aceptar que estoy planeando un futuro en el que no estás presente.

Pero ya no estás y tampoco la única realidad a la que quise darle constancia en mi vida. Recuerdo que se me destruyó el corazón en mil pedazos esa noche en la que por fin entendí que todo había terminado. La realidad tiene esa particularidad, no se puede no aceptar una vez que la entendemos. Y la desesperanza de ver cómo se esfuma el amor enfrente de tus ojos es igualable al dolor de una muerte. Porque el amor da vida. El amor es vida. Y en nuestro vínculo hubo tanto amor.

Aun así, entendí que los momentos más tristes pueden ser los más liberadores, aunque no lo sepamos ver en el instante. Y esa tristeza que me invadió en algún punto me llenó de intenciones nuevas. Quiero escribir, quiero estudiar, quiero volver a andar por el mundo, quiero renovarme. Solamente me falta tomar impulso, dejar de moverme por inercia. Porque no me animo sin vos. Vos me dabas la valentía que necesitaba para cualquier proyecto nuevo. Y ahora no estás para darme esas palabras de aliento tan bonitas o el empujón cuando las palabras no surtían efecto. Siempre me enojaba cuando sentía el empujón, pero al final te terminaba agradeciendo porque siempre que me alentabas tenías razón. Me sentía tan valiente y tan capaz a tu lado que ahora no me animo ni a abrir la puerta sin miedo.

En fin, no sé ni para qué te escribo, si lo más seguro es que ni siquiera te mande este correo. Va a terminar en la carpeta de Borradores con los otros setenta y cinco que escribí y tampoco me animé a mandarte. Esos que leo y releo cuando me agarra la nostalgia. Porque, al fin y al cabo, no animarme es la otra constante en mi vida.

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