La casa de adobe

Cerrar estas ventanas es como cerrar un pedacito de mi alma. Cerrarlo literalmente. Así como, en mi imaginario, nunca nadie podrá ocupar esta casa más que ustedes, nadie podrá ocupar ese espacio de mi alma tampoco.


La última vez que vine estaban ustedes dos sentados al lado de su salamandra, esa estufita a leña que tantos inviernos abrigó. Él leyendo revistas y diarios viejos con su lupa debajo de su lamparita. ¿Cuántas veces habrá leído esas hojas? ¿Encontraría cosas nuevas? ¿Descubriría cosas que antes no había leído?

Vos mirabas la pared, vaya uno a saber pensando en qué. En el último tiempo no prendías la tele, por no gastar. Apenas si prendías la luz.

Y recuerdo las comidas en la mesa del comedor. Y esas tardes y noches jugando a las cartas, a esa imborrable escoba de 15. Aunque tan imborrable no era porque me acuerdo poco cómo jugarla. Creo que me hace falta un partido con vos. Porque vos la hacías imborrable.

Y los desayunos en la mesa de la cocina. Esa cocina con el aparador en el fondo y la heladera que nos pedías que no tocáramos porque nadie sabía ponerla a punto de nuevo para que no se descalabrara. Todavía puedo oler el piso de tierra cuando lo mojabas en la mañana. O el aroma durante el resto del día. La cocina tenía un olor particular que no puedo describir, pero que jamás podría confundir. Y cada vez que siento olor a tierra mojada me traslado a esa cocina.

Y esos veranos donde el mejor plan era irme a pasar veinte días o un mes solo allá. Vivir en esta casa con ustedes, aprovechar para dormir en la cama de día plazas, jugar mucho tiempo al bingo o a la pelota solo y recorrer y descubrir lo que hubiera en la huerta.

Y las piezas. Esas piezas contiguas que son lo suficientemente grandes como para que durmamos todos. Nuestra pieza donde entran tres camas y un ropero gigante, tu pieza donde entraba tu corazón enorme. Nunca me animé a acercarme mucho a las mesitas de luz, no sentí esa curiosidad de saber qué tenían arriba ni adentro, aunque siempre se podía ver tu velador que prendía por niveles y que tanto me gustaba.


Cerrar estas ventanas es como cerrar un pedacito de mi alma. Sé que nunca van a volver y se que nunca voy a poder darles el último beso que me quedó pendiente. Sé que nunca voy a poder abrazarte de nuevo más que en sueños. Y cuando cierro cada puerta y cada ventana me convenzo de que no quiero tocar nada de lo que hay acá adentro. Porque lo material no es lo que me desvela sino tu recuerdo y tú presencia y porque sé que todo lo que hay acá adentro, así como está, te mantiene un poco viva. Los mantiene un poco vivos. El recuerdo también vive en los detalles y cada cosita ordenada o desordenada, cada uno de tus objetos, cada pertenencia guardada en su lugar trae tu presencia de nuevo a este presente. Voy a cerrar todo sin tocar nada para que tu presencia viva en esta casa.

Y aunque estoy cerrando tu casa en mi imaginación mis lágrimas brotan como si lo estuviera haciendo en realidad. Porque pasaron 10 años desde que te fuiste y aun así no logro superarlo. Te amo y te extraño siempre. A vos y al abuelo.


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