La caída

¿Hay definición más trillada de la comedia que una caída? Un tropezón, un paso mal dado, algo en el piso que hace resbalar. Es risa fácil. A menos que la caída sea preocupante. Bueno, quizás haya risa y después preocupación. Creo que eso pasó alrededor mío cuando me caí. Bueno, me caí un montón de veces, pero esa fue LA caída.

Entre adolescentes ver que alguien cae en una clase de educación física debe ser como un premio impensado, distiende. El problema es cuando se ve que la persona que cae rebota con la cara contra el playón de hormigón. Yo había empezado a usar los lentes de contacto pocos días antes y con los lentes de contacto las distancias se miden diferente respecto a los lentes aéreos, así que cuando puse las manos para amortiguar la caída ya estaba contra el piso y sólo sirvió para rasparmelas. Si nunca usaron ambos tipos de lentes, no saben de lo que hablo así que no hay chance de desacreditarlo.

No sé si demoré en levantarme, no tengo ese recuerdo, pero sí sé que había gente alrededor cuando por fin pude enfocar la mirada. Igual, seamos justos y contemos la historia desde el principio. La culpa fue mía, yo estaba molestando a mis compañeros mientras hacíamos la entrada en calor, me ponía adelante de ellos, bien cerca para que trastabillaran o tuvieran que cambiar el paso. Y bueno, me pagaron con la misma moneda y en una de esas me lo hicimos a mí, me cerraron el paso y cuando iba a doblar me abrí para doblar cómodo. El problema fue que terminé tocando el pie de quien iba delante mío y pasé de largo.

Ahora sí, levanté la cabeza y miré que todos me miraban. Había sido un golpe seco, el cuerpo cayó y yo reboté contra el piso con la boca. ¡Con la boca!

Al lado mío estaba la profesora, es la primera cara que recuerdo (aunque no recuerdo su cara). Sentí que tenía algo en la boca y escupí dos pedacitos de dientes que se me habían partido y cuando lo hice sentí un diente flojo. Lo toqué y se me cayó en la mano. Un diente de raíz en la mano. Una extracción sin anestesia. Aunque, para ser sinceros, el golpe fue tan rápido que ni lo sentí. Es más, con el calor del momento, ni me dolió. Pero sangró a raudales. Tanto sangró que la primera vez que escupí, directamente escupí sangre, sin saliva, pura sangre.

A partir de eso fue una sucesión de gente revolucionada a mi alrededor. De mis compañeros no recuerdo mucho, pero mi profesora estaba muy preocupada, de ahí a mi preceptora y de ahí a la Dirección hasta que me llegaran a buscar para poder ir al Centro Odontológico. Ésto pasó un martes. Hasta el viernes estuve yendo todos los días a que la dentista me viera. Y la semana siguiente, de lunes a viernes. Prácticamente dos semanas completas yendo todos los días para que me hicieran el seguimiento de cómo seguía la boca y el diente que habían reinsertado en su lugar.

No sé si dejé de lado completamente las emociones, pero creo que es lo más de afuera que puedo contar esta historia que, 15 años después, me sigue acompañando y lo seguirá haciendo por el resto de mi vida.

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