Amanecer
Cuando miró por la ventana estaba amaneciendo. Llevaba toda la noche en vela y no podía dejar de pensar. Entendía que ese cansancio era parte de todo lo que venía viviendo y, en parte, no sabía si tenía intenciones de evitarlo. No tenía sueño, no quería dormir. Esas horas mirando la oscuridad lo habían ayudado a ordenar pensamientos. Medianamente ya tenía pensado cuáles serían sus siguientes pasos a seguir.
La paulatina luminosidad que había ido apareciendo por entre las cortinas había hecho que se levantara. Parpadeó extrañado mientras miraba el sol salir y empezó a pensar nuevamente cómo había caído en esa situación. En qué momento todo esto había llegado a ese punto de no retorno. Una serie de malas decisiones concatenadas de las cuales la única que había sido culpa suya había sido la primera. Y aún así era el mayor perjudicado, si no el único.
Se dirigió al baño a ver su rostro. A pesar de no haber dormido un solo minuto estaba intacto. En realidad seguía teniendo la misma cara de cansancio y derrota que la mañana anterior al levantarse y no se veían atisbos de que estuviera en vela. Se mojó la cara más por costumbre que por necesidad de despertar, se lavó los dientes y volvió a su cuarto a vestirse.
Sabía, por experiencia, que cuando comienzan a caer las fichas del dominó, la más importante de la cadena es la primera porque es la que impulsa al resto. Y este primer paso de su nuevo plan debía ser el que empujara correctamente la nueva espiral de fichas de dominó que desembocaran en su redención. Ese era el plan, redimirse. Esta vez había que apuntar al objetivo de mínima porque si no lo lograba estaba perdido para siempre.
Buscó ese traje azul que tanto le gustó siempre. Ese que siempre le había traído suerte en los negocios. ¿Suerte? Miró extrañado el traje mientras pensaba si creía en la suerte. Creía en las casualidades, pero eso no tenía que significar necesariamente suerte. Pensaba en eso mientras acariciaba la tela instintivamente. Ese símil terciopelo era adictivo a la vista y al tacto. Quizás la suerte no existiera, pero siempre le había encantado ese traje y era cierto que hacía años que no lo usaba. ¿Por qué había dejado de usarlo? En algún momento creyó que era necesario pasar al paño definitivamente, que le daría otro estatus, que esa tela era muy joven y él ya estaba dejando de ser joven. Sí, cuando dejó de ser una promesa para convertirse en una realidad había dejado de usar la ropa que usan las promesas para usar la ropa que usan las realidades.
Mientras abrochaba el saco pensaba que debía darse el gusto y comprar un traje realmente de terciopelo. Era el segundo paso. No lo había pensado durante la noche, pero sabía que los detalles se van construyendo en el momento. Y que, mientras su caída no estuviera consumada, podía seguir pensando y actuando en grande. Y actuar en grande no sólo era darse el gusto de pagar un traje de terciopelo hecho por su sastre favorito, sino además dejar de usar la ropa que usan las realidades para usar la ropa que usan quienes ya están más allá de las realidades. Porque hay quienes están más allá de las realidades. Y esas personas se permiten lo que quieren, no lo que el ambiente les exige. Entonces, si él quería un traje de terciopelo iba a tener un traje de terciopelo.
Y a todo esto, ¿por qué estaba pensando tanto en terciopelo? Si lo importante era no perder la gerencia. Bueno, no. Lo importante era no ir preso. Pero si lograba eso, la gerencia quedaba a un paso. O no, porque antes estaban su economía y sus bienes. Bueno, ordenemos de nuevo la prioridades: no ir preso, no tener que vender/entregar nada, conservar la gerencia. Pero se estaba olvidando del premio mayor, la empresa. Sabía que era cuestión de tiempo para que el viejo decidiera ese asunto porque, al final, no había encontrado nadie que pudiera heredarla legalmente.
¿De verdad seguía pensando en la empresa? Ese error inicial fue por pensar únicamente en asegurarse heredar la empresa. Y la única forma que tuvo de ordenar sus pensamientos fue olvidándose de la empresa.
Se vio con el traje prendido en el espejo y no tuvo que ni pensarlo. Fue directamente al armario a desempolvar la corbata gris brillante. Esa que había dejado de usar junto con el traje azul y el prendedor dorado. Había dejado de usar lo que más le gustaba usar para pasar a usar lo que el ambiente decía que era correcto. Pero estar al borde de perderlo todo había hecho que entendiera que para mantenerse en el ambiente tenía que dar el próximo paso.
Mientras salía de su casa pensaba que en un mes era la cena de fin de año de la unión industrial y tenía que convertirse, por fin, en alguien digno de la mesa 1. El día nuevo y el plan nocturno lo habían revitalizado.
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