Juguetes

Una semana hay silencio y tranquilidad. Una cuna llena de juguetes; un monopatín estacionado; un aparador que, en lugar de adornos, tiene más juguetes; cuadros; el televisor; sillas que, en general, no se mueven; un colchón con dos perras que duermen. A veces el televisor está prendido por horas, a veces no se prende en todo el día. La siesta no existe. O al menos no es un momento sagrado durante la tarde.

 

La otra semana, todo se da vuelta. El monopatín, si no se está moviendo, está estacionado en cualquier lado. La cuna no pasa a estar vacía, pero las cosas que tiene entran y salen. A veces las pide desde afuera y otras él pide entrar a la cuna para sacar lo que quiere. La pelota azul vuela gracias a su liviandad, o quizás vuela también la pelota verde, pero es menos liviana y levanta menos altura. A veces también patea una pelotita del árbol de navidad que sacó cuando estaba armado y le quedó entre sus juguetes. Un pianito sin pilas que, de tantos golpes, ya se había quedado trabado en algunos sonidos y con algunas teclas que no funcionaban. Un mazo de cartas que mete y saca de su caja una por una con precisión. Un globo que trajo hace unos días del jardín. Un barco con el que jugaba en la pileta. Un balde, que dice que es un casco, donde tiene tapas y tapitas plásticas. Una engarilla, que dice que es una moto.

Las cosas que hay en el aparador fluctúan entre el orden y el piso. Un juego de encastre cuyas piezas de vez en cuando encastra y de vez en cuando tira. Discos que se apilan en un carrito con ruedas, pero que prefiere hacer girar uno por uno. Animales de madera con agujeros que le regaló su tía para que juegue a enhebrar. Tres camiones que saca por turnos y los empuja para que anden por el suelo. Hay uno que está roto y cuando se le separan las partes lo trata como un camión distinto. A veces los ordena en el monopatín y los quiere hacer andar. O los ordena uno al lado del otro en el colchón de las perras. Las perras duermen, pero de a ratos no las deja tan tranquilas. O se sienta con ellas a ver televisión mientras las acaricia o deja que le laman las manos.

De las tres puertas del modular, dos están cerradas permanentemente porque tienen cosas de vidrio o frágiles que se pueden romper. A veces hace el intento de abrirlas y de vez en cuando lo logra. La otra puerta tiene simplemente seis vasos plásticos. Cuando se acuerda va gritando “Vasos”, abre la puerta y los tira y juega a apilarlos. A veces armamos pirámides para que las tire al grito de “¡Bien!”.

La biblioteca de la pieza también deja de estar ordenada. Los libros más chiquitos son los que tiene a mano más seguido. Diría que son sus favoritos. A veces están en su silla, a veces en alguna de las otras sillas, otras veces en la cómoda que está en el pasillo entre el comedor y la cocina. Uno trata sobre un fantasma, tiene muchos dibujos y cada vez que los ve cuenta la historia a su modo y hace como fantasma. Otro trata de brujas. En otro hay un caballo dibujado y el cuarto no tiene nada en especial más que el hecho de tener el mismo tamaño que los otros.

Esa otra semana no hay tranquilidad, hay magia.

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