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Mostrando las entradas de julio, 2020

Diciembre y la pileta

Pasé a buscarlo por el jardín maternal a la salida del trabajo. Pleno diciembre, eran las tres de la tarde, hacía mucho calor. Le puse protector solar y su gorrita antes de salir a la calle, había que cuidarlo del sol. De cualquier manera íbamos a llegar tapados de transpiración. Dormimos camino a casa en el micro. Sí, tengo que admitir que cuando él se dormía en mi falda, yo me dormía con él. En realidad iba adormilado, él podía caerse o podíamos pasarnos de largo. Casi siempre se despertaba al bajarnos. No sé si era una cuestión inevitable de los movimientos o yo no sabía hacerlo. Y si no se despertaba al bajar del micro, se despertaba con los perros de la calle. Y andá a dormirlo de nuevo caminando. Ese día se despertó cuando terminé de bajar del micro, con las dos mochilas, con él en mi hombro, con el sol pegando desde el cielo. Apenas abrió sus ojitos bellos, esos que parecen dos uvitas. No recuerdo si se quejó, pero no los abrió mucho más, siguió acomodado en mi hombro mientras

Alcohol, tabaco, marihuana y amor

  “Ya estoy viejo para esto” pensó mientras abría los ojos, encandilados por toda la luz que entraba de repente a sus pupilas dilatadas. Volvió a cerrarlos, se estiró, pasó las manos por el pelo revolviéndolo un poco más y se refregó los párpados. Fue al baño y se vio en el espejo. Sus ojos estaban tan demacrados que no eran ni parecidos a los de la noche anterior. Tenía las ojeras más grandes de su vida y el gusto en la boca era una mezcla rancia de cigarrillos, marihuana y cerveza. Hacía bastante tiempo no fumaba y parecía que había fumado para recuperar el tiempo perdido. Empezó a moverse por inercia mientras recordaba la noche que había pasado. Ella llegó temprano, de eso se acordaba perfectamente, la había estado esperando ansioso (y sobrio). Charlaron un poco, salieron al patio, fumaron cigarrillos. Volvieron a entrar, agarraron dos cervezas de las que había traído ella y se sentaron a ver una película abrazados. A él no le gustaba fumar adentro, pero esta vez no le importó y s

El colgado

  Todavía no son las 7 de la mañana y siento un sabor amargo en mi boca. Me dirijo al baño a lavarme los dientes a ver si puedo quitármelo, pero no se va. Nunca se sintió tan real el sabor de la amargura. Sé que es redundante, pero el pleonasmo es necesario. Ese amargor es un sabor que parece que estuviera impregnado en mis papilas gustativas. Me miro al espejo y me veo cansado a pesar de haber dormido toda la noche. Vuelvo a abrir el agua y me mojo la cara. Estoy tratando de recordar qué soñé, quizás eso fue lo que me dejó tan cansado, pero tengo vagos recuerdos. Hay algo de comida, yo intentando comprar. Yo intentando comprar comida. Y no mucho más. A medida que me voy despertando voy recordando un poco más (raro por ser un sueño). Recuerdo una sesión de tarot. Sí, anoche estuve leyendo sobre tarot. Nunca creí en la adivinación ni en ningún tipo de práctica que escape lo científico. Siempre lo vi como algo que no puede ser comprobado, que usa frases sumamente generales para “dar re

El ritual

  Con mi grupo de amigos tenemos una fecha inamovible. Sé que el día del amigo es un día comercial como dirían muchos. Sé que podemos celebrarlo el resto de los días si quisiéramos. Pero la realidad es que para nosotros el 20 de julio siempre fue sagrado. Desde la adolescencia, en el barrio, nunca faltó el asado en la casa de algunos, siempre estuvimos ahí, infaltables a cada día del amigo en que coordinamos para comer y tomar algo. Es algo que siempre conté con bastante orgullo. Nos conocemos hace ya más de 20 años y entre idas y vueltas, altas y bajas, formamos nuestro grupo estable. Algunos empezaron a irse del barrio. Cada uno hizo su familia, formó su hogar, se fue a vivir a otro lado. Más lejos, más cerca. Quizás podemos no vernos el resto del año o quizás podemos vernos varias veces en el transcurso de uno o dos meses, pero ya no es igual a cuando vivíamos todos en la misma cuadra. Las juntadas regulares dejaron de ser entre todos. Y luego dejaron de ser regulares. Ya no exi

Un póster

  Siempre me he reconocido como alguien que no sabe mucho de cine, pero creo que puedo hablar sobre mis gustos. Terminé de ver Inception a las 5 de la mañana en el comedor de mi casa. Me explotó la cabeza. No podía terminar de asimilar todo lo que acababa de ver. No quería irme a dormir. “Tu mente es la escena del crimen” dice uno de los afiches, y mi mente lo único que quería era no ser invadida. “El sueño es real” dice el otro, y yo lo único que quería era no soñar. Sé que Nolan explicó el final de esa película. Pero hay cosas que prefiero no leer. Me gusta conjeturar sobre el final y el desarrollo. En general cuando veo algo me gusta encontrar detalles, referencias, pequeños hilos que se unen entre distintos lugares de la trama. Inception me dejó un montón de eso y cada vez que veo la película intento encontrar esos pequeños detalles. Siempre termino sintiendo que encuentro cosas nuevas o que al menos es la primera vez que las veo. Y eso es algo que me sucede con pocas películ

Nada más que el tiempo

Caminamos juntos las últimas cuadras, pero esta vez ya no íbamos de la mano. Eso ya no estaba, ya no existía. Ya no había “vos y yo”, ahora era “vos” y “yo”. Ya no había un futuro, ahora había dos. Y así, tratando de disfrutar los últimos momentos, caminé a tu lado. Como si no fuera la última vez, como si fuera cualquier otra caminata que hubiéramos tenido, como si fuera la primera. Nos detuvimos y nos miramos. El silencio no terminaba de ser incómodo. Te dije "Te amo" . Me dijiste "Yo también" . Te dije "Hasta siempre" . Acaricié tu cara, tomé tu mano. Me dijiste "Adiós" . Besé tu mejilla. Y así te vi perderte entre el ruido y la gente. Te vi desaparecer entre el decorado. Radiante y hermosa, como siempre. Así te vi alejarte por última vez. Pero como no me alcanzaron esos momentos decidí escribirte estas palabras, que espero que leas y no terminen en un tacho de basura. Alguna vez leí que el genio deviene de la infelicidad y el desamor en el

Consejos de cubículos

Chocaron en la entrada del baño. Ya se habían cruzado en el edificio, pero solamente de vista en los pasillos. Se miraron mientras recogían los papeles. Se veían dos generaciones en esas caras. Romina llevaba más de 15 años haciendo el mismo recorrido en los tribunales, ganando los mismo casos, cobrando siempre sus honorarios abultados de abogada exitosa y con renombre. Lourdes se había matriculado hacía menos de un año y éste era el primer cliente que la había contactado para un caso casi imposible y dejaba notar los nervios en sus ojos. – Lourdes, ¿no? – preguntó Romina cerrando su maletín y entrando a un cubículo. Hablaba y se movía como si estuviera con una vieja amiga. – Sí – respondió ella con miedo, entrando al siguiente. – ¿Nos conocemos? – Yo a vos sí. Pero quedate tranquila que no es personal, siempre investigo todo del caso que me toca ganar y obviamente sé que vos sos la abogada de la otra parte. Me gusta lo que encontré de tu perfil. Lourdes tembló. Sintió cómo se ponía pá

Un detective en aislamiento

Sonó el despertador y se levantó desganado. Puso la cafetera a funcionar y decidió bañarse para tratar de levantar un poco el ánimo, aunque no tuviera que ir a ningún lado. Salió, se lavó los dientes y se vistió. Se sirvió una taza de café que le supo a tierra, mordió una factura que le supo a vieja. Eran tiempos de crisis. Desde que empezó el aislamiento obligatorio el trabajo había caído estrepitosamente. ¿Quién iba a querer investigar a alguien si nadie podía salir? ¿A quién podía perseguir si ni siquiera él podía salir más que un rato en la semana? Había intentado reinventarse y consiguió el contacto de algunas personas con experiencia en informática, redes, internet. Claramente por su profesión tenía contactos con recursos oscuros, pero nunca había pasado de pedir más que alguna falsificación. Si bien sabía que era delito, él consideraba que no dañaba a nadie. “Es un robo que no tiene víctima... como pegarle a alguien en la oscuridad”, repetía siempre en su cabeza ese chiste de Lo

Madrugadas

Miró la hora en el reloj de pared. Era la 1.30. Fue hasta la cocina revisando el celular y sacó una cerveza. Le subió a la estufa del pasillo y prendió el aire acondicionado en calor. El frío ya empezaba a molestarlo. Tenía tantos abrigos puestos que sentía que tenía una armadura encima, aunque parecía más un caparazón. Se preguntó qué estaba haciendo y recordó que no estaba haciendo nada. Extrañaba la felicidad de ir a algún bar con sus amigos. Pasar la noche con música y alcohol solo en su casa no era lo mismo. Se sentó y vio la pila de latas vacías que tenía al lado de su silla. Volvió a mirar su computadora. Decidió abrir un juego para seguir pasando el rato, no tenía más que hacer. Jugó una vez, dio un sorbo, jugó dos veces, dio otro sorbo, jugó tres veces, empinó la cerveza. Desde que había dejado de fumar estaba tomando más. Fue a buscar a otra cerveza. Todavía era temprano y ya se había entusiasmado. Abrió la heladera y sacó tres latas, no quería volver a pararse en un buen rat

Tu abuela es el lobo feroz

"Tu abuela es una bruja", "tu abuela come animales muertos", "tu abuela hace gualichos", "tu abuela es el lobo feroz". Me cansé de escuchar esas frases en mi infancia. Y lo peor es que lo único que podía hacer era agachar la cabeza con tristeza y miedo. Vivíamos en un barrio pobre en los bordes de la ciudad, allá donde termina la "civilización" y empieza el campo. En esos lugares donde los rumores se mezclan con supersticiones, las supersticiones con mitos urbanos, los mitos urbanos con las historias del campo y las historias del campo con mitos pseudo-religiosos. Y de esa mezcla surgen leyendas. El punto es que el centro de todas esas leyendas estaba en la última casa del barrio. Esa casa arruinada por el tiempo, sin ventanas visibles por delante y con una puerta doble: una de madera mohosa y otra con una tela mosquitera que chirriaba y se golpeaba por las noches. Esa casa que no tenía vecinos porque era la única de esa manzana y cuyo

Diez recuerdos

– “Era tan joven” – esas palabras resonaron en su cabeza como una premonición de algo que no escucharía. Pensó en esa frase que siempre le había resultado llamativa. Casi siempre que alguien moría escuchaba como respuesta “era tan joven”. Quizás, en algún momento de la historia, él a su edad no habría sido joven, sino que habría estado en edad de morir, pero en esta línea temporal, aún era joven. Ahí tirado en el medio de la calle, era el centro de escena de un caos que le era ajeno. El dolor también le era ajeno. La agonía era distinta a como la había imaginado siempre, simplemente estaba dejando de sentir su cuerpo. Tenía un sabor metálico en la boca, aunque sus sentidos se iban apagando. Y así, como quien apaga las luces de una casa, se iba apagando su cuerpo. De pronto su cabeza se fugó hacia otro lugar. Otro tiempo. Y frente a sus ojos fueron pasando recuerdos. Al final era cierto que en el momento final uno está en el pasado. Y en diez segundos pudo ver chispazos que lo habían ma

La historia que no fue

Se cruzaron en una esquina. Hacía mucho tiempo no se veían, después de haberse cruzado casi todos los días durante varios años. No la vio, iba distraído charlando con un amigo. Ella sí lo vio y lo saludó. Se dio vuelta, extrañado de que hubieran mencionado su nombre, si no había visto a nadie que conociera y la vio. Allí estaban, frente a frente de nuevo, casi 10 años después. - Te presento a mi pareja – le dijo ella y él saludó. - Te presento a mi hijo – le dijo él y señaló un coche para bebés, soltando una pequeña risa. - ¡Qué lindo! – exclamó ella. - ¿Cuánto tiempo tiene? - Está por cumplir un año – respondió. - Yo estoy embarazada, ya estoy casi de 5 meses – dijo ella mientras se acariciaba la panza. Él la felicitó, y entre besos y apretones de mano se despidieron diciendo lo bueno que había sido volver a verse. Alejándose, su amigo le preguntó quién era. - Mi gran amor de la secundaria – respondió él y se sorprendió de la reacción que había tenido (o que no habí