La historia que no fue
Se cruzaron en una esquina. Hacía mucho tiempo no se veían,
después de haberse cruzado casi todos los días durante varios años. No la vio,
iba distraído charlando con un amigo. Ella sí lo vio y lo saludó. Se dio vuelta,
extrañado de que hubieran mencionado su nombre, si no había visto a nadie que
conociera y la vio. Allí estaban, frente a frente de nuevo, casi 10 años
después.
-Te presento a mi
pareja – le dijo ella y él saludó.
-Te presento a mi hijo
– le dijo él y señaló un coche para bebés, soltando una pequeña risa.
-¡Qué lindo! –
exclamó ella. - ¿Cuánto tiempo tiene?
-Está por cumplir un
año – respondió.
-Yo estoy embarazada,
ya estoy casi de 5 meses – dijo ella mientras se acariciaba la panza.
Él la felicitó, y entre besos y apretones de mano se
despidieron diciendo lo bueno que había sido volver a verse. Alejándose, su
amigo le preguntó quién era.
-Mi gran amor de la
secundaria – respondió él y se sorprendió de la reacción que había tenido
(o que no había tenido).
Pasó mucho tiempo admirándola, simplemente viéndola. Se
cruzaban todas las mañanas en el micro y él, en silencio, contemplaba su rostro
que le fascinaba, su pelo que soñaba acariciar, su sonrisa que deseaba besar. Y
era con un juego de miradas que solamente se animaba a comunicarse. Había días en
los que creía tener una danza de miradas bidireccionales, aunque quizás era
sólo un anhelo. Quizás algunas palabras sueltas se habían escapado (sí, no,
sentate vos, gracias, de nada). Y no
se animó a pronunciar palabra hasta que fue ella la primera en romper ese
silencio. Y descubrió que su voz lo
encantaba cuando pronunciaba su nombre. Después de todo, ella era quien lo
encantaba. Y empezaron a pasar los días, entre charlas, chistes, preguntas,
conocerse, enamorarse. Porque así como fluyen las relaciones, fluye el
enamoramiento. Crece lentamente rodeando todo de a poco, haciendo una base
firme para trepar por ese espacio que ocupa la relación dentro de cada persona
y finalmente desplegarse de forma imprevista dejándola a su merced. Y ahí es a
donde radica la cuestión, porque el enamorarse sucede internamente y sucedió en
un solo sentido, como una calle que deja de ser doble mano para pasar a tener
una sola. Quizás, después de tanto admirar su belleza, él ya estaba
predispuesto a enamorarse y, simplemente, era cuestión de conocerse un poco. El
enamoramiento es un camino plácido, amplio, confortable, que da gusto
transitar, mientras que el desamor tiene vericuetos tortuosos y cansadores. Y,
quizás como un oxímoron sentimental, esas sensaciones pueden superponerse y
hacer lamentable un camino hermoso o placentero un sendero pedregoso. Aunque,
¿realmente es desamor amar en secreto? ¿Cómo puede haber un desafecto donde no
hubo un rechazo? ¿Es que acaso el sentir no puede diferenciar esta lógica? Fueron
preguntas que nunca tuvieron respuestas porque pasó el tiempo y él nunca se
animó a mencionarlo, a pronunciar las palabras que explotaban en su interior
cada vez que estaba parado junto a ella con una sonrisa en la boca y un brillo en las pupilas. Y
dejaron de verse todos los días y pasaron a verse cada tanto, tenían que
coincidir en horarios que ya no coincidían o arreglar para un momento en que
ambos pudieran. Y simplemente, dejaron de verse. Y tuvo miedo de no saber cómo
reaccionar cuando volviera a verla.
Todo eso pasó por su cabeza en pocos segundos, después de la
respuesta que le dio a su amigo. Y se sacudió la cabeza internamente, sorprendido.
No había tenido que pensar en cómo reaccionar porque le fue natural. Y una
decepción cayó sobre él, no porque la hubiera visto con su pareja y con su
embarazo, sino porque descubrió que hay ciertos amores que se diluyen con el
tiempo…
Excelente. Me encanto cuantas historias como esta.
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