Diciembre y la pileta
Pasé a buscarlo por el jardín maternal a la salida del trabajo. Pleno diciembre, eran las tres de la tarde, hacía mucho calor. Le puse protector solar y su gorrita antes de salir a la calle, había que cuidarlo del sol. De cualquier manera íbamos a llegar tapados de transpiración. Dormimos camino a casa en el micro. Sí, tengo que admitir que cuando él se dormía en mi falda, yo me dormía con él. En realidad iba adormilado, él podía caerse o podíamos pasarnos de largo. Casi siempre se despertaba al bajarnos. No sé si era una cuestión inevitable de los movimientos o yo no sabía hacerlo. Y si no se despertaba al bajar del micro, se despertaba con los perros de la calle. Y andá a dormirlo de nuevo caminando.
Ese
día se despertó cuando terminé de bajar del micro, con las dos mochilas, con él
en mi hombro, con el sol pegando desde el cielo. Apenas abrió sus ojitos
bellos, esos que parecen dos uvitas. No recuerdo si se quejó, pero no los abrió
mucho más, siguió acomodado en mi hombro mientras íbamos camino a casa.
Llegamos, le saqué su gorrita y lo refresqué un poco. Le di agua y me dispuse a
cambiarle el pañal debajo del ventilador de la pieza.
Aprovechamos
que estaba la pileta llena y salimos. Generalmente se metía mi hermana con él
nada más, pero ese día quise meterme yo también. Le habían regalado un flotador
para su cumpleaños y estaba fascinado con ese elefantito inflable. Lo desnudé y
lo metimos en brazos. Le encanta el agua, le encanta bañarse, le encanta la
pileta. Le encanta jugar conmigo y mi hermana. Y entre juegos y chistes él se
ríe. Jugamos a atraparnos, a escondernos, a mojarnos con el flotador que larga
agua por la nariz. Lo alcé y se quedó conmigo. Lo pegué a mi cuerpo y empezamos
a movernos de forma tranquila por el agua. Le di besos, volvimos a jugar
juntos. Se reía a carcajadas. Y es tan hermoso cuando se ríe a carcajadas. Es
hermoso siempre. Aunque puede que no esté siendo imparcial. Al fin y al cabo,
se trata de mi hijo. Pero sí, es hermoso, siempre.
Salimos
de la pileta y hubo llanto, como siempre. Así como ama el agua, odia que lo
saquen del agua. No importa si es la pileta o un baño. Lo envolví en un
toallón, nos secamos al sol y entramos rápido para que no se le enfriara el
cuerpo. Le preparé una mamadera que se tomó mientras yo me bañaba. Y cuando
terminé de bañarme estábamos los dos listos para dormir una linda siesta. Nos
acostamos, me tocó la cara como siempre hace antes de dormir y empezó a cerrar
sus ojitos de nuevo. El agua lo plancha y la mamadera termina de adormilarlo. Y
ahí me dormí yo al lado de él, viéndolo tan hermoso como nunca había visto un
niño tan hermoso.
Dormimos
un rato largo, casi dos horas. Me desperté y me fui a la cocina para prepararle
su media tarde. Es fanático de las frutas, así que le rallé una manzana y como
se despertó al instante, lo cambié, lo levanté y lo llevé a su silla alta. Y
así, mientras yo tomaba mate, él comía su manzana con sus manitas chiquitas y
hermosas y terminábamos la tarde. Una de las miles que vamos a vivir juntos.
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