El colgado

 Todavía no son las 7 de la mañana y siento un sabor amargo en mi boca. Me dirijo al baño a lavarme los dientes a ver si puedo quitármelo, pero no se va. Nunca se sintió tan real el sabor de la amargura. Sé que es redundante, pero el pleonasmo es necesario. Ese amargor es un sabor que parece que estuviera impregnado en mis papilas gustativas. Me miro al espejo y me veo cansado a pesar de haber dormido toda la noche. Vuelvo a abrir el agua y me mojo la cara. Estoy tratando de recordar qué soñé, quizás eso fue lo que me dejó tan cansado, pero tengo vagos recuerdos. Hay algo de comida, yo intentando comprar. Yo intentando comprar comida. Y no mucho más.

A medida que me voy despertando voy recordando un poco más (raro por ser un sueño). Recuerdo una sesión de tarot. Sí, anoche estuve leyendo sobre tarot. Nunca creí en la adivinación ni en ningún tipo de práctica que escape lo científico. Siempre lo vi como algo que no puede ser comprobado, que usa frases sumamente generales para “dar respuestas” que resultan ciertas en situaciones demasiado diversas.

Recuerdo una carta. El Arcano del Colgado. El número 12. Cuelga de un pie atado a una rama. Pareciera vestido de bufón. Su cara es serena e impasible. ¿Tenía un aura alrededor de la cabeza o era su pelo? No me acuerdo. Tampoco es que me importe mucho. Creo que esa era la carta con la que soñé. O es la única de la que me acuerdo.

“El Colgado suele ser asociado con el autosacrificio”. Sé que madrugar para ir a trabajar no es un sacrificio, pero yo lo siento de esa manera. Claramente tampoco lo es en pos de un bien mayor. Al fin y al cabo, si yo decidiera no salir de mi casa, la maquinaria social seguiría funcionando. Aun así, me resulta intrigante saber por qué eso quedó en mi sueño. Ya me ha pasado antes que sueño cuestiones sobre las que he estado leyendo. O que me duermo escuchando música y en mi sueño suenan palabras de las canciones que escucho dormido. Pero tiene que haber algo para que fueran esa carta y esa definición y no otras.

No la estoy pasando bien, es una realidad. El amargor en la boca al despertar creo que es una muestra que identifica mi situación emocional. Más bien, es la definición perfecta de cómo me siento. Pero no la estoy pasando mal por decisión propia, no estoy realizando un sacrificio altruista y bien intencionado. O quizás sí. No la estoy pasando bien por una decisión que no tomé yo para el bien de alguien más. Al fin y al cabo, ¿quién mejor yo para definir lo que pasa en mi interior?

De cualquier manera, muchas más opciones no me quedaban, la decisión no solo no era mía, sino que además no estaba en mis manos la posibilidad de cambiar el rumbo. Pero El Colgado seguía ahí, frente a mí, mirándome a los ojos. Bah, es una carta, no puede estar mirándome a los ojos. ¿O sí?

Salí del baño, ya me había demorado demasiado mirándome al espejo. Terminé de vestirme, agarré mis cosas y agarré mi celular para ver la hora. Me apuré en salir y en caminar para tomar el micro. Y fue ahí cuando lo entendí. Al subir, marcar y mirarme en los espejos delanteros. No tenía la misma cara que antes de salir del baño. Era otro el que me devolvía la mirada. Veía una cara serena e impasible, como la del colgado. Y entendí que el sacrificio era ese, enfrentar a la vida con un rostro calmo, una actitud tranquila y esperando que el resultado valga todo el sufrimiento.

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