Diez recuerdos
– “Era tan joven” – esas palabras resonaron en su cabeza como una premonición de algo que no escucharía. Pensó en esa frase que siempre le había resultado llamativa. Casi siempre que alguien moría escuchaba como respuesta “era tan joven”. Quizás, en algún momento de la historia, él a su edad no habría sido joven, sino que habría estado en edad de morir, pero en esta línea temporal, aún era joven.
Ahí tirado en el medio de la calle, era el centro de escena de un caos que le era ajeno. El dolor también le era ajeno. La agonía era distinta a como la había imaginado siempre, simplemente estaba dejando de sentir su cuerpo. Tenía un sabor metálico en la boca, aunque sus sentidos se iban apagando. Y así, como quien apaga las luces de una casa, se iba apagando su cuerpo.
De pronto su cabeza se fugó hacia otro lugar. Otro tiempo. Y frente a sus ojos fueron pasando recuerdos. Al final era cierto que en el momento final uno está en el pasado. Y en diez segundos pudo ver chispazos que lo habían marcado.
Diez. El día que en la escuela sufrió un accidente. Cayó de frente contra el piso y destrozó su boca. Los años restantes estuvieron marcados permanentemente por problemas de salud dental. Llegó a instalarse como un complejo, como si un adolescente no tuviera ya suficientes.
Nueve. El día que entró a la universidad. Pocas sensaciones lo hacían sentir tan pleno como caminar por esos pasillos. Siempre decía en broma que no avanzaba en su carrera porque amaba estar en la facultad. Aunque sabía que estaba atrasado y que quizás demorara mucho en tener su título, sabía que su futuro estaba allí.
Ocho. El día que conoció el amor. Y cómo lo colmó internamente. Estaba ahí parado, vestido elegante, con una rosa en la mano y el corazón en la otra. No podía contener la ansiedad y cuando vio su cara, sus ojos brillaron. Él creyó que para siempre.
Siete. El día que pasó en casa de su mejor amiga. La comida, las charlas, los mates, los consejos. Había una conexión tan fuerte con ella que no podía explicar, pero entendía que era la persona con quien podía sentirse libre para ser y decir.
Seis. La tarde que, por casualidad, se juntó a tomar una cerveza con su hermana. Hacía mucho que no salían y disfrutaban así. Charlaron, rieron, se contaron cosas, se supieron hermanes.
Cinco. Su casamiento. Y la fuerza inconmensurable que lo había envuelto ese día. Seguía sintiendo que sus ojos brillaban para siempre.
Cuatro. El día que vio partir a su hermana en busca a través del vidrio de una sala de pre embarque en un aeropuerto. Muchas sensaciones lo embargaron en ese momento. Sabía que una parte de sí subiría a un avión que la llevaría a miles de kilómetros de distancia. Pero también sabía que a la felicidad la mayoría de las veces hay que buscarla y ese camino puede llevarnos lejos, pero nunca separarnos.
Tres. La muerte de su abuela. Ese momento de su vida en el que había conocido la tristeza y el vacío profundos. Sensaciones que duraron días y que no lo abandonarían jamás. La mayoría del tiempo no lo sentía, pero cuando la extrañaba no podía evitar el dolor.
Dos. La mañana en la que despertó al lado de su hijo y puso música acostado a su lado. Y sintió que nada podía estar mal, que todo en la vida sería bueno al lado de él.
Uno. El nacimiento de su hijo. Cuando toda su vida cambió para siempre. El momento en el que más nervioso, inexperto y feliz se había sentido en su vida. Su vista fue lo último que se apagó, mirando a su hijo nacer. Y allí quedó, con los ojos abiertos en dirección al cielo estrellado, ajeno al caos que lo rodeaba...
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