Madrugadas

Miró la hora en el reloj de pared. Era la 1.30. Fue hasta la cocina revisando el celular y sacó una cerveza. Le subió a la estufa del pasillo y prendió el aire acondicionado en calor. El frío ya empezaba a molestarlo. Tenía tantos abrigos puestos que sentía que tenía una armadura encima, aunque parecía más un caparazón. Se preguntó qué estaba haciendo y recordó que no estaba haciendo nada. Extrañaba la felicidad de ir a algún bar con sus amigos. Pasar la noche con música y alcohol solo en su casa no era lo mismo.

Se sentó y vio la pila de latas vacías que tenía al lado de su silla. Volvió a mirar su computadora. Decidió abrir un juego para seguir pasando el rato, no tenía más que hacer. Jugó una vez, dio un sorbo, jugó dos veces, dio otro sorbo, jugó tres veces, empinó la cerveza. Desde que había dejado de fumar estaba tomando más. Fue a buscar a otra cerveza. Todavía era temprano y ya se había entusiasmado. Abrió la heladera y sacó tres latas, no quería volver a pararse en un buen rato. Sabía que podía estar haciendo algo más útil, pero estaba entretenido. ¿Y qué mejor que estar entretenido un sábado a las 2.00?

Decidió cambiar de juego y paró la música. Se puso sus auriculares para abstraerse un poco más. Empezó a perder la noción del tiempo mientras se adentraba en ese mundo post apocalíptico que tenía frente a él. Las luces de la pantalla lo embobaban, la historia lo atrapaba, los sonidos lo envolvían, la cerveza lo embriagaba. Hacía movimientos casi automáticos, ni siquiera necesitaba pausar la partida para tomar o cambiar de lata. Se dio cuenta dónde estaba cuando terminó la tercera cerveza.

Fue a la cocina para buscar otra, pero no quedaban. Agarró el termo y puso a calentar agua. Quizás preparar el mate lo ayudaría a bajar el sueño. Eran las 3.30 y el sueño ni asomaba. Fue al baño y antes de salir se mojó la cara. Quizás no necesitaba despertarse, pero al menos lo ayudaba a lavar un poco la incipiente borrachera. Fue a buscar el agua y volvió a sentarse. Vio algunos videos sobre el juego en el que estaba metido mientras tomaba mate. Lo corrió de nuevo, ya sabía cómo seguir. Jugar tomando mate era más dificultoso, pero aun así se las arreglaba. Terminó un termo y fue a poner más agua. Siguió jugando. Hirvió el agua, cambió la yerba y siguió jugando. Y volvió a repetir el proceso.

Cuando terminó el tercer termo ya se había cansado de jugar. Apagó la computadora y el aire acondicionado y fue hasta la biblioteca a buscar un libro. Enchufó el celular y se acostó a leer. Hacía años que no leía en la cama. Hacía años que no terminaba un libro. Pero ésta iba a ser la noche.

Cuando cerró el libro, miró por la ventana y estaba amaneciendo. Se levantó a guardar el libro y vio que el reloj de pared marcaba las 6.00. “A esta hora tendría que estar volviendo” pensó y miró hacia la puerta como si pudiera observarse entrando a la casa con ese caminar torpe que le daba la borrachera, pero convencido de que era consciente de todo lo que hacía. Fue al baño, apagó la estufa. Resolvió que limpiaría cuando se despertara y apagó las luces. Al final, la noche no había sido tan mala como pensó al principio.

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