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Mostrando las entradas de 2021

Sábanas

Una cuna desvencijada y una enorme cama de roble. Esos fueron su primer y su último lecho. Apenas si había un trapo sucio y viejo debajo de él el día de su nacimiento, pero ahí donde ahora estaba acostado las sábanas de seda eran infaltables. No hacía falta mucho más en ninguna de las dos ocasiones, porque ambos días ocurrieron en verano. En su cabeza se sucedían momentos y recuerdos, pero llegó a la conclusión de que, en este momento cúlmine, el único otro acontecimiento que se igualaba en importancia era el de su nacimiento. No era que recordara su nacimiento, pero se lo habían relatado tantas veces que pensaba que podía recordarlo. Sus contextos resultaban tan distintos que permanentemente le recordaban de dónde había salido, cómo había nacido, cómo se había criado y cómo un golpe de suerte lo había cambiado todo para siempre. Entonces pensó en esa casa de barro con una habitación que no se terminaba de diferenciar de la cocina. Esa casa que entraba varias veces en esta nueva casa d

Margarita

Desolación. Eso es todo lo que ve al frente. El piso agrietado, un sol abrasador en un cielo sin nubes. Un horizonte sin otro paisaje que la imagen que tenía frente a sus ojos. En realidad, a cualquier lado donde se girara veía la misma desesperanza. Cuando salió en esa expedición en busca de los aventureros perdidos junto con su grupo de rescate no creía la leyenda de que el desierto estaba maldito. Al fin y al cabo había entrado incontables veces y nunca le había pasado nada. Pero nunca se había adentrado tanto. Su parte racional le decía que era lógico que tan adentro del desierto el paisaje estuviera tan destruido y la crueldad del ambiente le hubiera ganado. Pero después de tantos días con el sol golpeando en su cabeza sin piedad ni protección, terminaba creyendo que la maldición había caído sobre él y sobre todos sus compañeros muertos. No sabía ya qué más hacer. Sabía que no le quedaba mucho más tiempo. Se le había acabado el agua y las provisiones y había ido dejando bolsos en

Pesadillas

Dicen que verbalizar en parte es exorcizar lo que tenemos dentro, pero lo que tengo dentro es tan horroroso que no puedo ni mencionarlo sin entrar en una crisis. A veces siento que la guerra no me hizo tan mal, pero cuando duermo, los fantasmas vuelven a mi cabeza. Aunque, ojalá fueran fantasmas, porque en realidad son recuerdos. Los recuerdos más horrorosos que puede tener alguien cuando intenta dormir. En el momento en el que cierro los ojos, lo primero que escucho son disparos, y acto seguido, gritos. El mayor problema reside en el hecho de que, en mayor o menor medida, los gritos de un soldado herido deberían ser "normales". Pero los gritos de civiles, no. Y menos si es esos civiles son niños. No hay nada más desgarrador que un grupo de civiles aterrorizados ante una oleada de disparos, incluso si ninguno resulta herido. El miedo ante una ráfaga de balas o el ruido de bombardeos sobrevolando la ciudad de esparce con el fuego en un reguero de pólvora. El asunto es que en a

Cansancio

La alarma sonó 6:40 como todas las mañanas. La pospuso 10 minutos. Sonó de nuevo. La cortó, prendió la luz, se vistió y se acostó de nuevo. Miró el celular y se dio cuenta de que había apagado la alarma en lugar de posponerla y que no sonaría a las 7. Aún así se durmió con el autoengaño de que se despertaba en 5 minutos. Pero en realidad fueron 25 y cuando se despertó ya eran casi 7:20. Se levantó medio desesperado, aunque a los 5 minutos ya se le había pasado el apuro y le había vuelto el sueño. El sueño y el aburrimiento. Entró al baño a lavarse la cara y los dientes y su cara de dormido era digna de un cuadro de esos raros de hace varios siglos. Terminó de abrigarse, se puso los auriculares y salió a la calle. La radio no estaba transmitiendo. Quizás lo único que lo sacaba del aburrimiento del viaje. Puso una lista lofi para que al menos el viaje fuera ameno y acompañara el rato durmiendo de camino al trabajo. Vio pasar un micro cuando estaba a menos de una cuadra de la parada, pero

10 años

Ya pasaron 10 años, pero decir que se fue hace poco o mucho sería injusto. En términos de lo que me queda de vida, supongo que esos 10 años son una fracción menor del tiempo que me queda por delante sin ella. Pero, como nuestra percepción del tiempo siempre es relativa, también es cierto que esos 10 años, por ahora, representan poco más de la mitad del tiempo que sí pasé con ella. Porque con ella pasé 18 años 11 meses y 27 días. O, dicho de una forma más gráfica, 18 años y 364 días. Cuando pienso en una foto suya, pienso en la última que le saqué yo, agarrada de la mano de él, recién salidos del hospital, intuyo que con poca certeza de la realidad en la que estaban inmersos. Sobre todo ella, que, con su enfermedad, había días en los que ni siquiera sabía cuál era la realidad. Pero ahí estaban, sonriendo, agarrándose de la mano. Sin pensar en qué pasaría. Porque, a esa edad, ¿quién se preocupa por lo que pueda estar más lejos de mañana? La segunda foto es esa en la que está subida a un

Contrastes

Se miraban y podían ver en la otra persona todo lo que no veían en sí mismos, los contrastes permanentes con los que convivían mientras se sonreían mutuamente. Ella permanentemente le preguntaba qué tenía para contarle y él buscaba algo para responderle y contarle aunque no tuviera nada nuevo que contarle. Él veía la capacidad de ella de retraerse para evitar ser lastimada. Ella contemplaba lo pasional que podía ser él.  Pero al mismo tiempo él intentaba racionalizarlo todo. Y ella le decía que no lo racionalizara, que a veces estaba bien dejar fluir lo que sentía. Y él le contaba que si no racionalizaba, escondía abajo de la alfombra. Y ella lo escuchaba porque no había pasado por los procesos que había pasado él. Porque sus pasados también contrastaban. Dónde se encontraba cada uno a cierta edad. Ella sin haber pasado por una relación formal en el sentido más estricto del concepto y él saliendo de la mayor formalidad que podía haber. Ella no estaba acostumbrada a caminar de la mano y

Atrapado

Siempre me llegó eso de que el límite entre el mundo material y el mundo inmaterial se difumina en la medida que se acerca la noche de todos los muertos. Películas y libros sobran. Nunca lo creí porque, básicamente, nunca creí en el mundo de lo inmaterial. El asunto es que cuando llegué a esta casa comencé a creer porque, ¿qué mejor forma de creer que siendo testigo de las cosas? No presté atención cuando me advirtieron sobre la casa porque lo único que me interesaba en aquel momento era el precio. Una casa de este tamaño, en esta ubicación, tan bien mantenida estaba muy barata. Y cuando pregunté cuál era el truco, dónde estaban las fallas, me dijeron que no había fallas, que no hacía falta invertir dinero en la casa porque la casa estaba en condiciones. El problema era otro. Tenía varios nombres: la casa embrujada, la casa maldita, la casa asesina. Después de mi experiencia acá, yo diría que es, más bien, una casa torturadora. Los otros nombres no son lo suficientemente gráficos para

Juguetes

Una semana hay silencio y tranquilidad. Una cuna llena de juguetes; un monopatín estacionado; un aparador que, en lugar de adornos, tiene más juguetes; cuadros; el televisor; sillas que, en general, no se mueven; un colchón con dos perras que duermen. A veces el televisor está prendido por horas, a veces no se prende en todo el día. La siesta no existe. O al menos no es un momento sagrado durante la tarde.   La otra semana, todo se da vuelta. El monopatín, si no se está moviendo, está estacionado en cualquier lado. La cuna no pasa a estar vacía, pero las cosas que tiene entran y salen. A veces las pide desde afuera y otras él pide entrar a la cuna para sacar lo que quiere. La pelota azul vuela gracias a su liviandad, o quizás vuela también la pelota verde, pero es menos liviana y levanta menos altura. A veces también patea una pelotita del árbol de navidad que sacó cuando estaba armado y le quedó entre sus juguetes. Un pianito sin pilas que, de tantos golpes, ya se había quedado tr

Amanecer

Cuando miró por la ventana estaba amaneciendo. Llevaba toda la noche en vela y no podía dejar de pensar. Entendía que ese cansancio era parte de todo lo que venía viviendo y, en parte, no sabía si tenía intenciones de evitarlo. No tenía sueño, no quería dormir. Esas horas mirando la oscuridad lo habían ayudado a ordenar pensamientos. Medianamente ya tenía pensado cuáles serían sus siguientes pasos a seguir. La paulatina luminosidad que había ido apareciendo por entre las cortinas había hecho que se levantara. Parpadeó extrañado mientras miraba el sol salir y empezó a pensar nuevamente cómo había caído en esa situación. En qué momento todo esto había llegado a ese punto de no retorno. Una serie de malas decisiones concatenadas de las cuales la única que había sido culpa suya había sido la primera. Y aún así era el mayor perjudicado, si no el único. Se dirigió al baño a ver su rostro. A pesar de no haber dormido un solo minuto estaba intacto. En realidad seguía teniendo la misma cara de

La calma

 Siempre pensé que la frase "la calma que antecede a la tormenta" era más una metáfora que una verdad, pero esta calma se está volviendo sospechosa. Estas últimas semanas han sido tan tranquilas que me hacen sospechar que no pueden ser reales. De todas formas, aprendí que a veces termina siendo cierto el hecho de que la paz no es más que el período entre dos guerras. Porque, qué problema acostumbrarse a estar en guerra permanentemente. Batalla, reagrupar, batalla, reagrupar. A veces ni siquiera hay tiempo de reagrupar, es una batalla tras otra. Termina cansando. Mental y físicamente. Todavía recuerdo los buenos tiempos. Cuando las turbulencias no se veían en el horizonte. Cuando el cielo era celeste, sin nubes. El cielo siempre tiene que tener nubes. Si no tiene nubes, te insolás. Y cuando la relación no tiene nubes, es porque algo anda mal. Cuando te estás insolando no te das cuenta de que te estás insolando, y cuando la relación no tiene nubes tampoco te das cuenta de que e

Una charla cualquiera

 - Fer, Juani, ¿mates? - ¿Quién va a cebar? Porque si ceba Fer yo no tomo, es horrible cebando mates. - Uy, perdón, no sabía que teníamos acá una eminencia en mates. ¿En cuántas competencias fuiste jurado? - Mejor cebá vos Manu, de Fer no puedo esperar ni un chiste bueno. - Sí, dale, vos seguí bardeándome en público. Después se va Manu y no decís lo mismo. - ¿Estamos sacando trapitos al sol? - No sé, decime vos. ¿Tenés algún trapito mío? - Mirá, si cuento los trapitos que tengo tuyos... - Jajajaja, no seas imbécil. ¿Cómo estás Manu? - Bien Fer. Con mucho cansancio, supongo que será la época del año. ¿Dulce o amargo? - Dulce, dulce. Para amargura tenemos a Fer. - Claro, porque vos sos la dulzura andante. Contale a Manu los mensajitos que me mandabas anoche. - ¿Volvimos con los trapitos? Ya te dije que no te conviene. - ¿Me estás amenazando? - Yo no amenazo. Es simplemente un recordatorio de que no te conviene jugar con fuego. - Quizás me gusta quemarme. - Sí, se sabe que sos medio masoq

El centro de atención

Era el centro de atención de la reunión. Había algo en él que hacía que lo mirara todo el mundo. Y nos resultaba hipnótico. Pero, al menos yo, no podía identificar de qué se trataba. Caminar, caminó poco. Llegó y se sentó en un sillón a hablar y tomar. O tomar y hablar, en cualquier orden era lo mismo. La forma de tomar no era muy distinta a la de cualquier persona de su estatus. Hablar no lo escuché, lo veía de lejos no más, sus gesticulaciones, sus movimientos de manos, de cejas, su boca modulando de más (podía verlo simplemente leyendo sus labios). Supongo que es de clase media alta porque se ve que es alguien que tiene para gastar y para demostrarlo, pero tiene ese aire de ampulosidad que no tienen las personas ricas porque no necesitan andar haciendo espamento de lo que tienen. Sí, creo que es eso. Cuando lo miré por encima no lo noté. Incluso si miro los detalles por separado no me doy cuenta, simplemente parece alguien ridículo. Pero si los sumo me doy cuenta. Los ricos le diría

La caída

¿Hay definición más trillada de la comedia que una caída? Un tropezón, un paso mal dado, algo en el piso que hace resbalar. Es risa fácil. A menos que la caída sea preocupante. Bueno, quizás haya risa y después preocupación. Creo que eso pasó alrededor mío cuando me caí. Bueno, me caí un montón de veces, pero esa fue LA caída. Entre adolescentes ver que alguien cae en una clase de educación física debe ser como un premio impensado, distiende. El problema es cuando se ve que la persona que cae rebota con la cara contra el playón de hormigón. Yo había empezado a usar los lentes de contacto pocos días antes y con los lentes de contacto las distancias se miden diferente respecto a los lentes aéreos, así que cuando puse las manos para amortiguar la caída ya estaba contra el piso y sólo sirvió para rasparmelas. Si nunca usaron ambos tipos de lentes, no saben de lo que hablo así que no hay chance de desacreditarlo. No sé si demoré en levantarme, no tengo ese recuerdo, pero sí sé que había gen

La casa de adobe

Cerrar estas ventanas es como cerrar un pedacito de mi alma. Cerrarlo literalmente. Así como, en mi imaginario, nunca nadie podrá ocupar esta casa más que ustedes, nadie podrá ocupar ese espacio de mi alma tampoco. La última vez que vine estaban ustedes dos sentados al lado de su salamandra, esa estufita a leña que tantos inviernos abrigó. Él leyendo revistas y diarios viejos con su lupa debajo de su lamparita. ¿Cuántas veces habrá leído esas hojas? ¿Encontraría cosas nuevas? ¿Descubriría cosas que antes no había leído? Vos mirabas la pared, vaya uno a saber pensando en qué. En el último tiempo no prendías la tele, por no gastar. Apenas si prendías la luz. Y recuerdo las comidas en la mesa del comedor. Y esas tardes y noches jugando a las cartas, a esa imborrable escoba de 15. Aunque tan imborrable no era porque me acuerdo poco cómo jugarla. Creo que me hace falta un partido con vos. Porque vos la hacías imborrable. Y los desayunos en la mesa de la cocina. Esa cocina con el aparador en

Borradores

Hola, tanto tiempo. Te preguntaría cómo estás, pero por lo que me llega de vos, parece que estás bien. ¿Estás bien? No llego a comprobarlo en tus ojos. Sabés que decidí alejarme de tus redes, así que la única forma que tengo de comunicarme con vos es por mail. Quizás te parezca raro porque nunca te llegó un correo mío, pero seguís estando en mis favoritos. Yo estoy. Aprendí a sobrevivir y, supongo, o espero, en algún momento recordaré cómo vivir. No es lo mismo, aunque se parezcan. Alguna vez te conté esa sensación de moverme, pensar y respirar sin estar moviéndome, pensando o respirando. Es raro, lo sé, nunca lo entendiste. Pero tampoco entendías cuando te decía que estaba pensando en nada. ¿Te acordás? "No podés pensar en nada, algo tiene que haber en tu cabeza". Bueno, últimamente intento tener la mente en blanco la mayor cantidad de tiempo posible, porque mi pensamiento recurrente sos vos. Mis recuerdos recurrentes son con vos. Mi deseo recurrente sos vos. Mientras tanto,

Qué privilegio

Qué privilegio llegar de trabajar a casa con estufa, ducha caliente y comida Qué privilegio llegar de trabajar a casa con estufa y ducha caliente Qué privilegio llegar de trabajar a casa con comida Qué privilegio llegar de trabajar a casa con estufa Qué privilegio llegar de trabajar a casa Qué privilegio llegar de trabajar Qué privilegio llegar a casa

Quién te dio permiso

¿Quién te dio permiso para embobarme? ¿Quién te dio permiso para entusiasmarme? ¿Quién te dio la luz suficiente para encandilarme? ¿Por qué apareciste en el momento en que mi vida era un caos? ¿Qué casualidad te trajo cuando más nervioso me sentía? ¿Qué casualidad hizo que confluyéramos tanto? ¿Cuánto tiempo tendré miedo de no saber si saltar a la pileta? ¿Cuánto voy a tardar en saber si la pileta tiene agua o estoy saltando al vacío? ¿Tengo que creer en que fue el destino o que somos nosotros? ¿Tengo que confiar y dejarme llevar? Tengo que confiar y dejarme llevar